La relación entre la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y las decisiones que en ese sentido tome el Banco de México deberían ser una especie de nado sincronizado en donde, por supuesto, el que lleva la batuta es el banco central estadounidense

La relación entre la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y las decisiones que en ese sentido tome el Banco de México deberían ser una especie de nado sincronizado en donde, por supuesto, el que lleva la batuta es el banco central estadounidense.
La codependencia del mercado financiero mexicano con el de Estados Unidos requiere de ese espejo al momento de que, como se decide modificar la tasa de interés y ser más precisos con el discurso sobre las expectativas inflacionarias.
En ese ballet monetario, el Banco de México debería elevar su tasa de interés otro cuarto de punto durante su reunión de abril próximo.
Sin embargo, hoy son mucho más los factores locales que tiene que atender la autoridad monetaria mexicana que bien podrían reservar su carta del aumento en el costo del dinero para un poco más adelante.
En los semáforos que tiene la economía mexicana hay algunos que están entre el amarillo y el rojo de alerta.
La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte tiene ese indicador de alerta ante lo prolongado que ha resultado el proceso de cerrar una nueva etapa del acuerdo trilateral. Siempre con la amenaza a cuestas de que un día Donald Trump amanezca de malas y mande al diablo esta institución comercial.
Sin embargo, hay otras señales, como el reblandecimiento de la exigencia de contenido de origen en la industria automotriz por parte de Estados Unidos que, más allá de lo técnico del tema, deja ver la voluntad estadounidense de avanzar en la renegociación.
Pero hay situaciones locales que tienen al Banco de México, y de hecho a cualquiera interesado en la economía y las finanzas, preocupado por el futuro de este país.
Hasta ahora hay total indiferencia de los mercados a la votación presidencial que se llevará a cabo dentro de exactamente 100 días.
Claro que les gusta jugar en la raya, pero la señal que prevalece es la del pánico al primer disparo. Y quien prepara la escopeta es aquel que está a la delantera en esta contienda y promete abiertamente regresar al país a las políticas económicas de los años 50 del siglo pasado.
No hay un solo análisis serio en materia económica que no haga cálculos de una crisis financiera garantizada con las acciones que plantea Andrés Manuel López Obrador como acciones de gobierno.
Así que, si la sedación social se mantiene y no hay un sacudimiento de la razón, conforme se acerque la fecha de la elección los mercados entrarán en zona de alta turbulencia y es ahí donde el Banco de México necesitará tener a la mano la mayor cantidad de herramientas efectivas.
Al pronóstico del comportamiento de la inflación y las tasas de interés en Estados Unidos hay que sumarle el comportamiento de las gráficas de las encuestas. No será una selección sencilla porque hay realmente pocas mediciones de las preferencias electorales que sean confiables, pero ante lo radical del retroceso que puede sufrir México definitivamente hay que agregar esa variable a las estimaciones.
Así que, en la lógica de los analistas financieros, no hay más remedio que un aumento de la tasa de interés del Banco de México al menos hasta 7.75% durante la reunión de abril.
Aunque una vez que se incorporan las variables políticas quizá valga la pena esperar a los encuentros de mayo o bien al que tendrán unos días antes de las elecciones del 1 de julio para determinar qué hacer con la tasa de interés interbancaria.