Claro, si el régimen se impone en las elecciones habrá mucha discreción en el reparto de culpas y quizá hasta con el descaro de traspasar las facturas de lo que viene hasta los “regímenes neoliberales”
No es increíble que a un año y tres meses de tener que entregar el poder, como lo marca la Constitución, el presidente Andrés Manuel López Obrador sostenga todavía que los hechos de violencia continua que vive el país, como el asesinato de Hipólito Mora en Michoacán, sean remanentes del pasado.
No sorprende porque desde el primer día y hasta el último que se mantenga en el poder, y predeciblemente en su ex presidencia, López Obrador vivirá para hacer campaña electoral.
Pero si en algo tiene total responsabilidad este régimen, que inició desde el ya lejano 1 de diciembre del 2018, es en la pobre respuesta ante la expansión del crimen organizado. Tiene también que rendir cuentas por la falta de medicamentos, por la carencia de atención médica de la población más pobre y por muchas otras cosas más.
Sin embargo, sí es pertinente hablar de los “remanentes del pasado” como algo que hoy le permite a este gobierno tener tranquilidad financiera para mantener su operación. Y como una explicación que, inevitablemente, habrán de exponer las autoridades de los próximos gobiernos, incluso si resultan ser de su partido político.
Durante los cuatro sexenios anteriores a este régimen, desde finales del siglo pasado, la economía mexicana entró en una fase de recomposición financiera profunda, de institucionalización y transparencia del sistema financiero y de una visión de país de largo plazo que le permitió lograr una estabilidad económica muy destacada entre los países emergentes.
Ese remanente del pasado ha dado margen para que este régimen cometa barbaridades que en otras épocas habrían causado una crisis inmediata. Por ejemplo, ese proceso de opacidad en la información fundamental, de desmantelamiento institucional del poder Ejecutivo, de sumisión de otros poderes y organismos autónomos, habría causado una crisis de confianza, sin duda.
Menos mal que entre los “valores” de este régimen están las finanzas públicas sanas, porque con todo y ese discurso el Saldo Histórico de los Requerimientos Financieros del Sector Público alcanzó 13.8 billones de pesos hasta mayo pasado y eso implica que la deuda como proporción del Producto Interno Bruto está en 50%, algo nunca visto en sexenios anteriores.
Y no sólo hay una baja en los ingresos tributarios presupuestados, sino que claramente este régimen no se toca el corazón para gastar a manos llenas con fines electorales. Pero ese remanente del pasado de responsabilidad financiera ha permitido a la economía mexicana resistir.
No hay duda de que en los años y décadas por venir en este país se va a hablar de los remanentes del pasado del lopezobradorismo, y no se va a hablar bien.
Claro, si el régimen se impone en las elecciones habrá mucha discreción en el reparto de culpas y quizá hasta con el descaro de traspasar las facturas de lo que viene hasta los “regímenes neoliberales”.
Pero será inevitable que los remanentes del pasado del régimen actual tengan que llevar a correcciones fiscales importantes, a replanteamientos de la calidad del gasto público, a estrategias radicales de seguridad pública, a un descontento social manifiesto. O bien, a una mayor radicalización en un camino en picada para la economía, la estabilidad política y social de México.
Dependerá del camino a seguir en lo político en los años por venir.