En el Poder Legislativo el límite de Andrés Manuel López Obrador está en el número exacto de diputados y senadores que están dispuestos a permanentemente agachar la cabeza
Uno de los peores momentos de esta administración, con uno de los más impresentables personajes de este régimen permiten, sin embargo, tener una nítida descripción de quién es Andrés Manuel López Obrador.
Era marzo del 2020, el régimen desdeñaba los efectos de la Covid-19, y desde la tribuna de las conferencias en Palacio Nacional, Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, decía que no tenía “ninguna lógica científica” que López Obrador se realizara una prueba de detección de la enfermedad porque “la fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.
A la postre, la incapacidad de López-Gatell se demostró con cientos de miles de personas que no debieron morir, pero dejó esa reflexión básica, López Obrador es una guía moral para sus subalternos y sus seguidores.
La posibilidad de ejecución llega por supuesto de su descomunal poder presidencial, pero encuentra límites cuando se topa con la pared de las autonomías. No tanto de los otros niveles de gobierno, porque no hay gobernador que se le oponga, pero sí de los otros poderes de la Unión.
Cuando la cuenta de ministros sumisos no le dio para ejecutar los planes presidenciales, el Poder Judicial se convirtió en un freno a sus planes de control totalitario y de ahí deriva la venganza presupuestal.
Y en el Poder Legislativo el límite de Andrés Manuel López Obrador está en el número exacto de diputados y senadores que están dispuestos a permanentemente agachar la cabeza, dar la espalda a sus representados y obedecer sin chistar las órdenes presidenciales.
Así, todo ese poder moral de López Obrador se encuentra con los límites del poder de facto que puede ejercer en los otros dos poderes federales.
Sin embargo, hay una época del año en la que se conjuntan los astros para que López Obrador pueda desbordar sus atribuciones e imponerse sobre el resto de la estructura del Estado y usar esa ventana para ajustar cuentas.
Ese momento de máximo poder es el de la discusión del Paquete Económico. Ni la Ley de Ingresos, ni el Presupuesto de Egresos de la Federación necesitan de una mayoría calificada, que no tiene el Presidente, basta con el ejército de agachones que controla el régimen para que no le cambien ni una sola coma a la voluntad presidencial.
Estamos ahora en ese momento máximo de poder presidencial cuando puede recortar, arbitrariamente, los presupuestos del Poder Judicial o de los órganos autónomos como el INE. Es ahora cuando puede darse el lujo de dejar a Acapulco sin una partida de reconstrucción y cuando puede destinar cantidades absurdamente altas para sus proyectos electorales.
No es, por supuesto, la primera vez que una mayoría legislativa impone la agenda del partido político en el poder. Pero sí ha quedado claro que en este régimen no hay margen para negociar ni siquiera aquello que marca el sentido común, como una partida presupuestal para reconstruir Guerrero, porque el apabullamiento de la fuerza moral del Presidente impide a los legisladores oficialistas negociar nada con nadie.
Esa facultad exclusiva que ha tenido López Obrador de definir de manera personalísima ingreso y gasto ha sido la base de la autollamada Cuarta Transformación.
En el Poder Legislativo el límite de Andrés Manuel López Obrador está en el número exacto de diputados y senadores que están dispuestos a permanentemente agachar la cabeza.