Es un hecho que en México cada vez que hay elecciones presidenciales aumenta la volatilidad, tanto por lo tenso del proceso como por las expectativas de resultados. Uno de los termómetros más notorios es el tipo de cambio
¿Qué tan difícil será este 2024 para atinarle a los pronósticos económicos? Seguramente tan complicado como cualquier otro año que inicia con ciertas expectativas que pueden ser cambiadas repentinamente.
El 2020 es un buen ejemplo reciente del peso de los hechos imponderables.
Por supuesto que el mejor deseo de un año nuevo es que todo fluya hacia un escenario positivo. Pero este 2024 es en México y en Estados Unidos un año electoral que, en ambos casos y con sus claras diferencias, implican retos muy serios para la democracia.
Para nuestro país las expectativas económicas apuntan a seguir la suerte de la economía estadounidense y mantener una tasa de crecimiento positiva pero más moderada durante este año. El consenso de la más reciente encuesta del Banco de México, entre los analistas privados, apunta a una expansión del Producto Interno Bruto (PIB) de 2.3 por ciento.
El nearshoring será una palabra clave y constante durante este año.
Tiene que ser un año en el que se mantenga el proceso desinflacionario, no sin dificultades sobre todo por las presiones que se mantienen en subíndices como los de alimentos, servicios y salarios, pero el pronóstico apunta a una inflación general al cierre de este año de 4%, todavía fuera del rango esperado por el propio Banxico.
Como sea, este 2024 tiene que ser también el año del inicio del relajamiento monetario. Y tanto en México como en Estados Unidos tendrá que ser un proceso quirúrgico, porque de la manera en que los bancos centrales implementen ese regreso de las tasas de interés dependerá en buena medida, la suerte de los mercados financieros.
Sería más inteligente y autónomo para el Banxico seguir de cerca las decisiones de la Reserva Federal de Estados Unidos que los caprichos electorales del régimen de Andrés Manuel López Obrador.
Y ese es precisamente el gran riesgo local para este 2024 en lo económico y en lo financiero.
Es un hecho que en México cada vez que hay elecciones presidenciales aumenta la volatilidad, tanto por lo tenso del proceso como por las expectativas de resultados. Uno de los termómetros más notorios es el tipo de cambio.
Pero en esta elección hay un estrés adicional generado desde el poder presidencial. La polarización, la intervención directa e ilegal del propio Presidente en las campañas, la desbordaba presencia del crimen organizado y hasta el papel que ahora juegan las fuerzas armadas en la administración pública hacen muy tenso el 2024 electoral.
Hay dudas razonables si la oferta de continuidad del régimen se ejercería al estilo del Maximato, mientras que desde la oposición no acaban de dibujar una oferta creíble que no vaya más allá de la obviedad de detener la desintegración institucional en la que estamos.
Así, este año la economía y las finanzas mexicanas tendrán una clara influencia de los eventos globales, pero no hay duda que también habrá una marca definitiva durante el proceso electoral, en el día de las elecciones, en su resultado y su credibilidad. Y, sobre todo, tras saber quién realmente va a detentar el poder a partir del 1 de octubre.