Seguro que esos críticos de la sumisión mexicana a los dictados internacionales hoy se quedarán callados como momias
Haga de cuenta que usted pide un préstamo. No es un monto grande, sería como pedir prestado el equivalente para comprarse una pantalla o un refrigerador, más que un préstamo hipotecario para comprar una casa o un departamento.
Ese es el tamaño equivalente del préstamo solicitado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador al Banco Mundial (BM). Es más bien como usar la tarjeta de crédito para comprar algún bien duradero, que algo más similar a una cantidad más grande, equivalente a pedir un crédito hipotecario.
Pero claro, si usted nunca ha tenido una tarjeta de crédito, vive del efectivo y no tiene manera de explicar de dónde obtuvo dinero durante dos décadas que no tuvo ningún trabajo formal, pues difícilmente le entenderá a lo que implica un préstamo del Banco Mundial a la economía mexicana.
Aquellos que durante tanto tiempo se quejaron de que México se subordinaba a los dictados del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional deben ahora mismo estar haciendo piruetas para explicar cómo el gobierno de su líder se lía con estos organismos.
Sobre todo, ahora que ha planteado el ultimátum de que se está con la transformación o se está en contra. ¿Cómo explicar que esos vínculos con las instituciones del neoliberalismo y el conservadurismo global gozan de cabal salud?
Seguro que esos críticos de la sumisión mexicana a los dictados internacionales hoy se quedarán callados como momias. Mientras que aquellos que entienden el papel del financiamiento internacional querrán saber para qué se pide prestado.
La verdad es que cuando trascendió la noticia de que la 4T pedía prestado al BM muchos respiraron tranquilos porque parecía que finalmente este gobierno entendía que ese acceso a las líneas crediticias de los organismos internacionales era justamente para hacer frente a situaciones de crisis como la actual, en este caso por la pandemia de Covid-19 y la posterior crisis económica que se derivó.
Mil millones de dólares no son muchos, pero bien valía la pena pagar dos millones y medio de dólares de comisión, más los intereses correspondientes, si con eso pueden ayudar a generar programas para los desempleados o para los sectores productivos tan afectados por el cierre de operaciones.
Pero no, los 1,000 millones, sus comisiones e intereses son para el gasto de siempre. El presidente da el indicio de que habrá más recursos para sus programas asistencialistas. No hay recursos para salvar a los sectores productivos, pero sí para mantener esas becas de enorme tufo electoral.
Mil millones de dólares pueden estar dentro de los techos de endeudamiento, pueden no ser una cantidad de alarma para el tamaño de la economía mexicana, pero vale la pena preguntarse si vale la pena endeudarse para financiar proyectos no productivos o que o ayuden a los que generan riqueza en este país.
No hay que olvidar que la 4T tiene la obsesión de ofrecer todo el poder presupuestal al presidente López Obrador. Y el hecho de que sus legisladores hayan sido tan torpes en el manejo de esta iniciativa en una primera instancia, no significa que hayan abandonado la idea de que los diputados dejen de asignar las partidas presupuestales para que lo haga el presidente de manera discrecional.