Claro que siempre tendrán el margen político para responsabilizar de todos los males a los que estuvieron antes que ellos. Qué mejor muestra de ello que hacer responsable de los males contemporáneos de corrupción ¡a Hernán Cortés!
A partir de hoy, cualquier dato económico que se publique referente a diciembre, o para adelante, tendrá una comparación de base anual contra el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Ahora sí, tendrá que pararse frente al espejo para hacer comparaciones.
Claro que siempre tendrán el margen político para responsabilizar de todos los males a los que estuvieron antes que ellos. Qué mejor muestra de ello que hacer responsable de los males contemporáneos de corrupción ¡a Hernán Cortés!
Pero ya con el segundo año de gobierno corriendo, cada día será más difícil que haya una aceptación popular de que lo que hoy sucede fue una herencia del pasado neoliberal. Y más cuando en aquella luna de miel de la transición entre los gobiernos de Peña Nieto y el actual, el propio presidente López Obrador se encargó de emitir un certificado de buena conducta económico-financiera del sexenio anterior.
El segundo año de la 4T empieza con peores expectativas económicas que las que tenían hace exactamente un año cuando, al igual que ayer, el presidente llenó el zócalo de la Ciudad de México con la gente que piensa de la misma manera.
La visión discrepante de los “otros datos” presidenciales respecto al comportamiento de la economía sólo anticipa que, en adelante, la brecha entre esa visión del vamos requetebién, y las evidencias estadísticas de que no es así, sólo se habrá de ensanchar.
Nada menos esta mañana veremos un claro contraste con el optimismo de ayer del zócalo, cuando el Inegi publique muy temprano los indicadores de confianza y expectativas empresariales y el Banco de México libere la encuesta mensual entre los analistas del sector privado. Ahí podremos ver dos visiones totalmente diferentes de un mismo país.
El reto del segundo año de gobierno del presidente López Obrador estará en aceptar que hay una desaceleración económica importante que no ha tocado piso y que se tiene que revertir de una manera sana para la economía.
Siempre quedará el temor de que se incurra en los vicios de los gobiernos del mismo corte, de incentivar el crecimiento con un aumento del gasto público que no se fundamente en mayores ingresos.
El gasto asistencialista durante el primer año de gobierno, del que tanto habló ayer el presidente en su discurso del zócalo, no ha implicado un impulso a la economía, ni siquiera al consumo como se supondría. Y un estancamiento económico prolongado acaba por producir más pobreza, sobre todo entre sectores que ya habían logrado dejar esta lamentable condición.
Es lógico que cualquier gobierno busque mantener la llama de su popularidad encendida, sobre todo cuando ya el tiempo ha diluido la posibilidad de alcanzar todas esas metas prometidas en campaña. El poder desgasta, incluso a los más populares.
Pero esa búsqueda de la aceptación para hacer frente a los cinco años que quedan no debería ir acompañada de la negación de que la economía tanto como la inseguridad están peor de lo esperado y que se tiene que actuar con responsabilidad para remontar esos lastres.