De entrada, el T-MEC es esencialmente una continuación del hoy extinto Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)
Cada vez que alguien del equipo económico del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene que hacer frente a un cuestionamiento sobre el derrumbe de la economía mexicana durante este año y los pronósticos que todos los días empeoran, siempre tienen la misma respuesta: ya llegó el T-MEC.
Ni siquiera vale la pena detenerse en el hecho de que los principales opositores al libre comercio hace no muchos años, son ahora los más grandes aplaudidores de un acuerdo comercial con Estados Unidos.
El peligro está en que desde las esferas gubernamentales han puesto todas las esperanzas de una milagrosa recuperación económica, gracias a este renovado pacto comercial con América del Norte.
De entrada, el T-MEC es esencialmente una continuación del hoy extinto Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Contempla esa parte muy positiva de incorporar el intercambio comercial con las nuevas tecnologías, pero al mismo tiempo considera candados de cumplimientos legales en materia laboral y ambiental que México no ha cumplido en su relación de libre comercio previa con Estados Unidos y Canadá.
Es un hecho, que para muchos inversionistas estadounidenses era básico contar con este nuevo marco que fuera impulsado y avalado por el principal enemigo del acuerdo anterior.
Si Donald Trump consideraba al TLCAN como el peor acuerdo de la historia de su país y al T-MEC lo ve como un hermoso acuerdo comercial, evidentemente que calma los ánimos de los inversionistas que tenían miedo de un arranque proteccionista del presidente estadounidense.
Pero eso hoy no alcanza. México es parte del T-MEC, pero México es hoy al mismo tiempo un destino del que muchos tienen dudas de las certezas que puede dar este mercado a los capitales privados.
Es un hecho que la pandemia trastocó todo, pero la 4T ya había aportado su alto grado de incertidumbre a los empresarios e inversionistas que hoy simplemente no ven las señales de confianza que son tan necesarias que se emanen desde el gobierno federal.
Y no tiene defensa la 4T. Las evidencias son contundentes: aeropuerto de Texcoco, cervecera de Mexicali, empresas de energías limpias, asignaciones directas sin licitación, clara aberración a los empresarios, en fin. Y la pena ajena que le dan al presidente los que no son iguales a él.
Y ahí están los números. En el primer semestre de este año, sí año Covid, salieron del mercado de deuda mexicano más de 13,500 millones de dólares. No todo se le puede adjudicar al SARS-CoV-2, ahí está la inacción gubernamental ante la crisis económica, la bomba de tiempo que es Pemex y las amenazas de degradación crediticia de la deuda mexicana.
El T-MEC es una buena noticia para la relación futura con Estados Unidos y Canadá en materia comercial, es una preocupación menos. Pero está lejos de ser la panacea que promete la 4T para que el derrumbe económico en el que estamos tenga ese rebote que tanto promete el propio presidente.