Durante varias semanas, el dólar de Estados Unidos entró en un proceso de apreciación importante que iba de la mano de un incremento en las tasas de interés, en especial del bono a 10 años. No hay duda de que el propio gobierno estadounidense era el patrocinador de este comportamiento, a pesar de quejarse tanto … Continued
Durante varias semanas, el dólar de Estados Unidos entró en un proceso de apreciación importante que iba de la mano de un incremento en las tasas de interés, en especial del bono a 10 años.
No hay duda de que el propio gobierno estadounidense era el patrocinador de este comportamiento, a pesar de quejarse tanto de sus malos resultados comerciales. Pero las tensiones militares y comerciales generadas por la administración de Donald Trump provocaban la búsqueda de refugio seguro en la deuda estadounidense.
Entonces, el peso mexicano junto con el resto de la canasta de divisas y monedas emergentes se convirtieron en pasajeros de ese comportamiento global.
Las monedas se devaluaban a la par que los capitales volaban a la calidad. Esto sin que cada economía tuviera sus peculiaridades. El peso argentino se depreciaba por sus problemas económicos, la lira turca por sus conflictos políticos y el peso mexicano por sus dificultades comerciales y electorales.
Ahora, el dólar ha empezado a depreciarse porque el apetito de riesgo está de regreso. La reunión del próximo martes en Singapur entre los presidentes de Estados Unidos y Corea del Norte, las medidas paliativas para tranquilizar a Donald Trump en materia comercial, la posibilidad de que la Reserva Federal estadounidense se tome con algo de calma los aumentos al costo del dinero.
Si por estas tierras todo fuera armonía y tranquilidad, habríamos visto una apreciación cambiaria. Pero estamos justo en medio de una de las más serias tormentas financieras.
Los primeros disparos de lo que tiene cara de una guerra comercial, la amenaza siempre latente de que se termine el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la finalización de facto de las negociaciones de su modernización y los temores electorales han hecho del peso un pararrayos eficiente, pero con motivos para preocuparse por los niveles alcanzados.
Es importante dimensionar que el peso está solo a su suerte, porque de esa manera debería cambiar el enfoque de la Comisión de Cambios respecto al respaldo que debería tener la moneda.
La especulación se ha hecho presa del peso y se nota en las operaciones cambiarias. Es momento de que tanto la Secretaría de Hacienda como el Banco de México, en este conjunto que forman para gestionar el mercado cambiario, al menos muestren los dientes al mercado y recuerden que todos esos cientos de miles de millones de dólares que hay de reservas y créditos contingentes no son simplemente un adorno.
No es descubrir el agua tibia que los resultados electorales pueden conmocionar a los mercados y que mañana Donald Trump puede lanzar alguna otra medida proteccionista o simplemente un tuit que deteriore más la confianza en el peso.
Esta posición solitaria del peso en aguas turbulentas no tiene un horizonte de cambio hacia la calma en el mediano plazo. No se ve alguna posibilidad sensata de finalizar bien las renegociaciones comerciales con Canadá y Estados Unidos y, en lo electoral, el resultado previsto es justamente el que más espanta.
No puede la Comisión de Cambios dejar tan solo y abandonado a su suerte al peso mexicano.