Hay una pérdida en la confianza y en las inversiones, que en estos momentos cruciales México podría atraer con la relocalización de cadenas productivas
Dice el Presidente que antes los fraudes electorales se cometían dejando sin luz el conteo de votos y al regresar la electricidad ya había resultados diferentes, pero que ya Manuel Bartlett garantiza que el dos de junio no habrá apagones. El chiste se cuenta solo.
Lo que no es broma es la larga lista de facturas que dejará al país el mal manejo, dogmático, caprichoso e ignorante de todo el sector energético.
Claro que habrá facturas políticas para quien gobierne el país a partir de octubre próximo, porque es un hecho que a cualquiera de las dos candidatas que se convierta en Presidenta le van a estallar en las manos los diferentes problemas energéticos en curso.
Está cada vez más cercano el día en que las firmas calificadoras degraden la nota de la deuda soberana mexicana por la presión extraordinaria que la deuda de Pemex pone sobre las finanzas públicas.
La reforma energética de Peña Nieto ponía una solución viable sobre la bomba de tiempo que ciertamente habían dejado los gobiernos anteriores. Achicar a Pemex, centrarlo en su negocio principal de extracción petrolera y recomponer sus finanzas.
Pero no, lo que hizo el régimen actual fue ir en contra del sentido común, porque ni siquiera era un asunto de neoliberales o populistas, era entender el tamaño del problema.
Así, bajo la conducción de un agrónomo sin experiencia, Pemex llega al final del sexenio apuntando su perforadora hacia el erario y con la posibilidad, ya muy cercana, de perder el grado de inversión y con él, la estabilidad financiera del país.
Y en cuanto a la Comisión Federal de Electricidad, hemos enfrentado varios días en los que, a su director, Manuel Bartlett, se le cayó el sistema eléctrico del país. Y esto es sólo un anticipo de lo que habrá de suceder de aquí en adelante.
En contra de lo que dice la Constitución, en contra de los tratados internacionales, por sus pistolas cuatroteístas, López Obrador marginó a los productores privados de energía eléctrica, reinstauró la bola de nieve laboral, eliminó las metas de productividad de la empresa y permitió que su director no invirtiera lo necesario para evitar los apagones que ya nos alcanzaron.
Pocos lo ven, pero el daño ambiental de privilegiar el uso de combustibles fósiles, como el carbón o el combustóleo, sobre energías renovables agrede más al planeta. La factura es el innegable cambio climático que enfrentamos.
Hay un daño al sector productivo que depende de la energía eléctrica para tener sus fábricas y negocios funcionando, hay afectaciones en la salud de los mexicanos, que se enfrentan a comer alimentos que se descomponen por la falta de refrigeración.
Hay una pérdida en la confianza y en las inversiones, que en estos momentos cruciales México podría atraer con la relocalización de cadenas productivas.
El recuento de los daños que ha dejado el lopezobradorismo al país va a ser muy extenso y en las más diversas áreas de la vida cotidiana de México. Pero en el sector energético no hubo necesidad de esperar al final del sexenio para empezar a pagar las facturas de las pifias dogmáticas del régimen.
Más de lo mismo solo acabaría por, literal, apagar al país.