No sé de dónde provenga la costumbre de nuestros gobiernos de dedicar ciertos años de un sexenio a personajes ilustres de nuestra historia
Por iniciativa del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, 2023 será el año dedicado a Francisco Villa al conmemorarse el centésimo aniversario de su asesinato ocurrido en Parral, Chihuahua el 20 de julio de 1923, cuando se dirigía en su automóvil Dodge, al bautizo de un hijo del general Arreola y de su esposa María. Villa iba acompañado de su secretario el coronel Miguel Trillo y cinco de sus escoltas.
No sé de dónde provenga la costumbre de nuestros gobiernos de dedicar ciertos años de un sexenio a personajes ilustres de nuestra historia. Yo, en especial, recuerdo el año de Juárez, ordenado por el presidente Luis Echeverría. La picaresca política nacional ha denominado al penúltimo año de un sexenio como el año de Hidalgo —“chingue a su madre el que deje algo”— y al año siguiente como el de Carranza —“por si el de Hidalgo no alcanza”—. En ese orden de costumbres podriamos decir que el año de Villa es para ver quién se queda con la silla.
Cuando la Revolución degeneró en gobierno —coronel Zataray dixit—, Pancho Villa depuso las armas el 4 de octubre de 1920 y se retiró a la Hacienda de Canutillo, en los límites de Durango y Chihuahua, con la que la Revolución, a querer o no, lo premió, y en la que, a base de trabajo, hizo florecer la tierra poco fértil; instaló telégrafo, teléfono y electricidad; crío ganado; construyó vivienda para los peones; erigió una escuela en la que por la mañana asistían los chamacos y por las noches los adultos incluyendo el propio Villa.
En el mes de junio del 1922, precisamente en la semana del 12 al 18, el periódico El Universal dirigido por Félix F. Palavicini, publicó con el título de “Una semana con Francisco Villa en Canutillo”, un amplio reportaje por entregas logrado por el reportero Regino Hernández Llergo, quien acompañado del fotógrafo Fernando Sosa, vivió en la hacienda del Centauro, logrando plasmar en lo publicado aspectos relevantes y pintorescos de la vida cotidiana del excaudillo de la División del Norte.
Aunque faltaban dos años para las elecciones, en los días en que fueron publicados los reportajes sobre Villa, ya se hablaba de la sucesión del general Obregón en la Presidencia. Se decía que tenían probabilidades de ser candidatos los otros dos miembros de la “Santísima Trinidad Sonorense”, los secretarios de Gobernación, Plutarco Elías Calles, y el de Hacienda, Adolfo de la Huerta. Sin embargo según los analistas y entendedores de la tenebra, el favorito de Obregón era Calles más accesible a sus planes de terminado el cuatrienio de éste volver a la Presidencia.
Hasta su encuentro con Hernández Llergo, Villa se había visto refractario a emitir declaraciones sobre política a diversos periodistas que se habían acercado a él. Esto era parte de un convenio tácito que firmó al separarse de la lucha armada. Sin embargo, o el reportero tuvo la habilidad de hacerlo hablar del tema o al general Villa lo traicionó la soberbia y criticó a don Plutarco, en cambio colmó de elogios a de la Huerta: “Es un político que le gusta conciliar los intereses de todos, el que logra esto hace un gran bien a la patria. Es buena persona, inteligente y patriota. No se verá mal en la Presidencia de la República”. Además manifestó: “Soy un soldado de verdad. Puedo movilizar 40 mil soldados en 40 minutos”.
Son varios los historiadores que coinciden que con sus palabras Pancho Villa firmó su sentencia de muerte. El novelista e historiador Pedro Ángel Palou, en su libro sobre la muerte del Centauro del Norte afirma que sus últimas palabras fueron: “No me dejen morir así”. Mismas que dan título a su recomendable libro.
Punto final
Antiguamente las patadas entre aspirantes a las candidaturas políticas eran por debajo de la mesa, al parecer ahora son por debajo de la tierra.