Hubo pavor por aplicar la medida. El lunes por la tarde, el Sistema de Monitoreo Atmosférico de la capital del país daba cuenta de un nivel de contaminación superior a 150 puntos del Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (Imeca) de ozono. La semana pasada, la Comisión Ambiental de la Megalópolis había anunciado que … Continued
Hubo pavor por aplicar la medida.
El lunes por la tarde, el Sistema de Monitoreo Atmosférico de la capital del país daba cuenta de un nivel de contaminación superior a 150 puntos del Índice Metropolitano de la Calidad del Aire (Imeca) de ozono.
La semana pasada, la Comisión Ambiental de la Megalópolis había anunciado que un nivel superior a esos 150 puntos implicaba estar en contingencia ambiental, y agregó que aquello de llamarle precontingencia no era más que un eufemismo.
Sin embargo, este lunes pasado se hicieron valer de que las medidas entraban en vigor al día siguiente para no decretar la emergencia.
Al día siguiente, otra vez la contaminación superó 150 puntos. Para las 5 de la tarde, el monitoreo atmosférico reportaba 156 puntos Imeca de ozono. Pero fue hasta las 8 de la noche cuando se decretó la fase uno.
Perdieron tres horas muy valiosas que hubieran servido para evitar algo del caos que vivió la Ciudad de México, en especial en las entradas de las carreteras.
Lo que se vio en la autoridad fue un pavor terrible de aplicar sus propias reglas el primer día de operación. El cálculo era evidentemente político. Las matemáticas no fallaron: 150 es igual a contingencia fase uno.
Pero todo lo que hemos visto en estos días es producto de la improvisación de una autoridad que por décadas no ha tenido la capacidad de tomar las medidas correctas.
Tiene muchos años que sabemos muy bien que en esta época de primavera de calores elevados, vientos escasos y lluvia ausente, los niveles de contaminación se disparan. Vamos, nadie puede llamarse a la sorpresa de que los niveles de ozono hoy sean tan altos.
Vivimos en una ciudad conformada por 34 municipios que, sin embargo, están divididos en 16 para el perredismo de Miguel Ángel Mancera y 18 para el priismo de Eruviel Ávila. Pero mientras los gobernantes deciden por color, el aire sucio no conoce de política: los alvéolos de los pulmones se llenan de ozono y micropartículas, no de sus actos populistas cotidianos.
En cada partícula de mugre que flota en la ciudad, hay átomos de negligencia de una autoridad que no ha tenido la determinación de poner en orden al transporte público: se permite la circulación de vehículos viejos, ilegales, peligrosos.
Se tolera el bloqueo de calles, lo mismo por manifestantes que por ambulantes; se trafica con las licencias de construcción que fomentan el hacinamiento citadino; se desvían los recursos hacia las actividades que dan fama y votos, en lugar de aplicarlo en transporte y vialidades.
Y cuando hay que tomar decisiones emergentes por la falta de visión y buen gobierno, los gobernantes se esconden detrás de trolebuses gratuitos o de plano no dan la cara.
Y la autoridad federal, que está llamada a coordinar a las seis entidades que conforman lo que han llamado la megalópolis, aparece pasmada, inexperta y muy temerosa de respetar lo que ellos mismos han establecido.
Es evidente que la apuesta gubernamental es que llegue lo antes posible la temporada de lluvias para que nos olvidemos del asunto.
Parece muy difícil pensar que ahora sí a partir de esta experiencia habrá decisiones de fondo para mejorar la calidad del aire.