Estamos ante un tsunami financiero. Cuando Agustín Carstens eleva la voz siempre causa revuelo y si bien ya se cuida de no hacer analogías sobre la condición económica y financiera, no deja de ser contundente en sus diagnósticos. La advertencia de encaminarse a una crisis potencialmente grave y a choques financieramente violentos tiene que leerse … Continued
Estamos ante un tsunami financiero.
Cuando Agustín Carstens eleva la voz siempre causa revuelo y si bien ya se cuida de no hacer analogías sobre la condición económica y financiera, no deja de ser contundente en sus diagnósticos.
La advertencia de encaminarse a una crisis potencialmente grave y a choques financieramente violentos tiene que leerse muy bien y debe entenderse que el diagnóstico es sobre la generalidad de los mercados emergentes, no es un anticipo de la economía mexicana. Aunque también esté incluida en el paquete.
Cuando un banquero central o un organismo financiero ponen en palabras, a veces estridentes, la condición financiera, es porque tuvieron frente a ellos las evidencias numéricas que les hablan del problema y lo que ahora aprecia Carstens y que se deja sentir en los mercados es un acelerado flujo de recursos desde los mercados emergentes hacia las trincheras de la crisis, cavadas en torno a los bonos del Tesoro de Estados Unidos.
El Instituto Internacional de Finanzas contabilizó el año pasado la salida de más de 730,000 millones de dólares de los mercados emergentes y las evidencias hablan de un ritmo más acelerado en estos pocos días que van del 2016.
Si un banco central se dedicara a defender su moneda con los impulsos perrunos del México de los 80, sin duda fracasaría, porque estamos ante un tsunami que no se cubre con un paraguas.
Sin embargo, el mejor consejo sobre qué hacer en este momento con las finanzas del país me lo dio un lavacoches que me decía que el secreto es ser el menos peor de todos. O lo que es lo mismo, este personaje deja los vidrios del automóvil un poco menos grasosos que el resto de los que lavan coches en la cuadra.
México, su banco central y su Secretaría de Hacienda, deben tener como meta llevar al país al primer mundo económico. Con crecimientos sostenidos de más de 5%, inflaciones anuales de 2%, finanzas públicas equilibradas y un efectivo combate a la desigualdad.
Pero mientras encuentran la magia para lograrlo, hay que aspirar a ser el menos peor del barrio emergente.
Son tiempos en que los pavores de los mercados hacen que el dinero vuele a los refugios del dólar estadounidense, aunque sea con rendimientos bajos. Y es que se acabaron los guapos entre los mercados emergentes.
México tiene que ser ese último nombre en la lista de los mercados de los que hay que salir corriendo.
En buena medida, eso se tiene que lograr con lo que se haya hecho hasta hoy en materia de salud financiera y económica. El gobierno ha desgastado esa salud financiera, pero se mantiene muy aceptable en la fortaleza económica.
Pero al mismo tiempo, hay que tomar medidas emergentes que reflejen la determinación de una autoridad monetaria de no permitir el desorden.
Por eso es que desde hace ya algunas semanas va siendo hora de que la Comisión de Cambios, esa que forman la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, deje de hablar de sus altas reservas y su línea contingente y las use.
Un dólar cercano a los 20 pesos no es otra cosa que un detonante de inflación y de depresión. Es sin lugar a dudas un freno económico en la incipiente recuperación.
Sin pelear contra los molinos de viento, pero ya es momento de defender con más determinación al peso.