Hay en la Presidenta y en Morena la pretensión de que la gente se crea esos dichos, y piense que pueden practicarse
Que los gobiernos presuman mucho sus logros, induce a dudar de ellos. Lo dice el dicho: “Elogio en boca propia es vituperio”.
El gobierno mexicano lleva días presumiendo las libertades de expresión de que gozan sus ciudadanos.
El gobierno tiene obligación de garantizar esas libertades. No es un buen síntoma que tenga que defender en público la calidad de lo que tutela.
Problema: no es el gobierno quien debe certificar la existencia de esas libertades. Son los ciudadanos, los usuarios. Una queja de usuarios ciudadanos desmiente cien autocelebraciones de gobierno.
Otra vez: “Elogio en boca propia, es vituperio”.
No es la sabiduría de este dicho lo que guía a los cuatroteros. La pulsión del autoelogio domina a los voceros del oficialismo.
Si les pidieran hacerse una caricatura, les saldría una divina garza envuelta en huevo.
Nadie espera que los gobiernos hablen mal de sí mismos, pero la compulsión morenista de autoelogio se pasa tres pueblos, como dice el dicho.
Échenle una mirada a estos dichos de la Presidenta en su mañanera de la semana pasada:
“Nosotros no mentimos, no robamos y nunca vamos a traicionar al pueblo de México. Nosotros decimos la verdad. Esa es la verdad”.
Difícil poner en tan pocas palabras tantas totalidades.
Los dichos de la Presidenta repiten, agrandados por su micrófono mañanero, los mandamientos que presiden los estatutos de Morena. Son precisamente estos: “No mentir. No robar. No traicionar al pueblo”.
Suenan bien los dichos, juntos y por separado. Pero juntos y por separado son imposibles de cumplir. Son mentiras instantáneas.
¿Alguien puede imaginar un mundo en el que nadie de Morena miente, nadie de Morena roba, nadie de Morena traiciona al pueblo?
Lo único cierto que puede desprenderse de estos dichos es otro dicho: “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.
Hay en la Presidenta y en Morena la pretensión de que la gente se crea esos dichos, y piense que pueden practicarse.
Esta pretensión abre dos posibilidades:
Una, que la gente se crea los dichos, con inocencia infantil.
Dos, que no se los crea, pero finja creerlos por temor, conveniencia o hipocresía.
Como dice el dicho: “Ni a cuál irle”.