Como la historia reciente de México nos ha enseñado dolorosamente, llegar al poder no es tan difícil; el problema es saberlo ejercer justa, sabia, y dignamente para mantenerlo
Cuando en 1924 murió Vladimir Ilich Ulianov, conocido por su apodo Lenin, apenas había podido disfrutar los frutos del triunfo de la facción bolchevique de su partido Socialdemócrata en la revolución llamada de Octubre en Rusia. Afectado en sus últimos años por varios infartos cerebrales, poco pudo intervenir en el ordenamiento del aparato soviético del poder, que tuvo que dejar en manos de la tremenda troika de Buganin, Trosky y Josip Visarionovich Dyugashvili, apodado Stalin.
Como la historia reciente de México nos ha enseñado dolorosamente, llegar al poder no es tan difícil; el problema es saberlo ejercer justa, sabia, y dignamente para mantenerlo. Por lo general, se opta por mandar, usando el poder en provecho personal de los que mandan. Los mencionados rasputines, y sus pandillas respectivas, hicieron del partido bolchevique el partido comunista, que más tarde pasaría a la historia como el PC de la URSS.
El procedimiento fue sencillo: hacer coincidir la estructura del gobierno con la del partido, de manera que el primer secretario del PCUS era automáticamente el jefe del gobierno. Para ello se necesitaba una legislatura dócil y ornamental, obediente a las decisiones del partido. En la pirámide se puso, debajo del gran líder, al Comité Central, del cual él era primer secretario; adyacente, el buró político, encargado de diseñar estrategias y procedimientos en las áreas esenciales del país.
Los partidos comunistas de todo el mundo, que se desarrollaron particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, siguieron el patrón enviado desde Moscú para su estructura interna. En el claro entendido de que las instancias inferiores del poder, como la Asamblea, el Comité Central y el Buró Político del partido tenían un solo e indiscutido jefe, así haya sido poderoso político como Togliatti en Italia o mero adorno como Arnoldo Martínez Verdugo en México.
En esa tesitura Morena, que falsamente se dice de izquierda cuando no pasa de ser un PRI reloaded, está cumpliendo con la instrucción que su líder -el papá de Andy- le dio a su elegida, Sheinbaum, el aparato acaba de integrar su buró político de 76 integrantes que han de orientar la conducta del partido-gobierno en seis áreas definidas y ambiciosas, a saber:
Presente y futuro de Morena; república democrática, participativa, justa e incluyente; república educadora, humanistas, científica y cultural; república ambientalista y saludable; república con desarrollo nacional, regional y prosperidad compartida y república soberana, internacionalista y solidaria.
A simple vista esto parece más un programa de gobierno que una estructura corporativa empresarial. Nadie puede estar en contra de esos enunciados. Lo importante para los mexicanos es ahora desmenuzar los nombres de los integrantes de este colegiado cuerpo que supuestamente orientarán actitud y actos de partido y gobierno.
Son muy variados.
En los intelectual, por ejemplo, van de Elena Poniatiowska a Jesúsa Rodríguez (propuesta embajadora en Centroamérica que fue rechazada), pasando por Paco Ignacio Taibo (se las metimos doblada); hay rémoras del pasado como Arturo Martínez Nateras, Alejando Encinas o Pablo Gómez, hoy convertido en el mastín de la venganza fiscal; apellidos venerables que premiar como los de Heberto Castillo, Alejandro y Enrique Semo, Miguel Torruco o Bertha Luján; profesionales del engaño y corifeos leales como Epigmenio Ibarra, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Vasconcelos o Armando Bartra; nombres de respetable desempeño en sus profesiones como los actores María Rojo o Ari Telch, o la escritora Laura Esquvel. Hay de chile, de dulce y de manteca, como se decía de los tamales.
Lo que pasa es que aparentemente se acabaron los de manteca y los de dulce. Nos toca los de puro chile.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Ciudadana Claudia Sheinbaum Pardo, presente. Me siento en la obligación, como ciudadano mexicano, de advertirle que usted no tiene ningún derecho a poner en peligro la integridad personal, salud, y vida de quien tenga el encargo temporal de presidente de mi país por omisión, descuido, imprudencia o soberbia.
Eso, independientemente de la persona que ejerza esa encomienda, sea hombre, mujer, quimera o usted misma. El presidente de la República debe ser entidad respetada, protegida y salvaguardada.
Que conste.
