La amenaza que tiene el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se llama Donald Trump, no hay más. No hay ninguna otra razón para terminar con un productivo acuerdo que durante 24 años ha dejado beneficios a sus socios. Y en la medida en que el amenazante presidente de Estados Unidos tenga … Continued

La amenaza que tiene el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se llama Donald Trump, no hay más. No hay ninguna otra razón para terminar con un productivo acuerdo que durante 24 años ha dejado beneficios a sus socios.
Y en la medida en que el amenazante presidente de Estados Unidos tenga algo con qué entretenerse, el acuerdo gana tiempo.
Hoy la economía estadounidense está en franco crecimiento, el empleo está totalmente recuperado tras la Gran Recesión, no hay inflación, aumenta el consumo y su reforma fiscal ha tenido en general una buena recepción entre los beneficiarios.
Hay, pues, razones para que el presidente estadounidense se mantenga sereno. Y debería abrirse la oportunidad de que escuche a las empresas de su propio país que le quieren convencer de la necesidad de mantener abiertos esos mercados, el de México y de Canadá, con la llave de un acuerdo de libre comercio.
Pero se trata de un personaje del que hay dudas fundadas de su balance entre la razón y la emoción. Hay buenas razones para pensar que los frenos de personalidad que cualquier persona debe tener para reflexionar antes de actuar están alterados en el caso del inquilino de la Casa Blanca.
Hasta hace unos días se esperaba que la próxima semana fuera el momento de juicio final del TLCAN. El gobierno canadiense hizo saber que estaban seguros del término del acuerdo como lo conocemos en un arranque del presidente de Estados Unidos justo antes del inicio de la ronda de negociaciones de Montreal.
Esa crisis generada por el rumor sirvió para, aparentemente, comprar tiempo. El propio Donald Trump salió a regalar espacio electoral a México para alargar las negociaciones.
Sin embargo, ese tiempo que aparentemente ganó el TLCAN y que se aprecia en la relativa tranquilidad de los mercados, ahí está el tipo de cambio y sus ganancias de enero, puede acabarse en Suiza.
La cumbre económica de Davos de este año, que inicia el próximo martes, tiene como estrella central a Donald Trump. Que no le quede ninguna duda de que los reflectores serán totalmente para él.
Llegará con la euforia del primer aniversario y se meterá a la casa de los amantes de la globalización y es el escenario ideal para un lance histriónico. Es mucha tentación para alguien así.
Allá mismo en Davos se encontrarán los ministros de México, Canadá y Estados Unidos responsables de la negociación comercial y podrían al menos avanzar en el establecimiento de un nuevo calendario que permita hacer espacio para las elecciones mexicanas de julio.
Eso no es otra cosa que procrastinar, extender en el tiempo una negociación que supera la evidente necesidad de modernización del TLCAN y que más bien pende de estados de ánimo.
Con el agravante de que tras las elecciones mexicanas podría ser una opción triunfadora quien puede mandar al diablo también a esta institución del libre comercio.
Ha pasado prácticamente un año desde que Donald Trump asumió la Presidencia de Estados Unidos y en materia del TLCAN estamos como al principio, con la espada en la cabeza. Ganar otros seis meses nos regala estabilidad cambiaria temporal, pero prolonga la incertidumbre para tomar muchas decisiones.