Yo sé que eres malo, pero dime quiénes son peores que tú, o fueron tus superiores y te bajo la pena. Así opera lo que se está haciendo hoy con Ovidio, y con tantos otros en la justicia de los Estados Unidos
Ernesto Arturo Miranda era un trabajador en Arizona, cuando en 1963 fue detenido por la policía acusado de secuestro, robo y violación. Confesó su culpa en el momento de su detención: tampoco le quedaba de otra.
Con base a su única prueba, su confesión, fue condenado. El juicio fue a la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, que comandaba entonces Earl Warren, y que encontró que a Miranda nunca le dijeron en alta voz y entendiéndolo él, que tenía derecho a permanecer en silencio, tener un abogado presente en sus audiencias, y que todo lo que dijera podía ser utilizado en su contra.
El juicio fue revertido: en su segundo acto, con testigos y todo, Ernesto fue condenado a 11 años de prisión.
Cuando salió, en 1977, Ernesto Arturo murió apuñalado en una riña de bar. Su asesino salió libre porque demostró, irónicamente, que no le hicieron la advertencia Miranda, que desde entonces es uno de los principios procedurales de la justicia estadounidense. La enmienda catorce de la Constitución de allá prohibe que cualquier persona pueda autoincriminarse; esto es, que lo que él declare se use para joderlo.
Dede 1966 la advertencia Miranda se convirtió en procedimiento inevitable. No hay policía que no la aplique, salvo que sea muy pendejo y deje que se le vaya la presa.
Cuento toda esta bella historia porque se nos olvida que las instituciones políticas y, por tanto, jurídicas de la América nuestra tienen raigmbre en los Estados Unidos. Que se nos adelantaron. Washington y su pandilla firmaron su independencia el 4 de julio de 1776.
Mañana cumpel años los gabachos.
La convocatoria que nosotros celebramos cada septiembre tiene poco de independista; aunque no hay manera de certificarlo, el abad Manuel Abad y Queipo afirma que las últimas líneas del soliloquio de Hidalgo la mañana del 16 de septiembre de 1810 para iniciar la guerra de independencia de México, fueron:“Viva la Vírgen de Guadalupe, Fernando VII y muera el mal gobierno”.
Los ideales democráticos de los Estados Unidos, que los conspiradores de Querétaro conocían por la vía enigmática de Francia, fueron permeando a los Morelos y Allendes de entonces, y siguieron.
No es extraño, pues, que los políticos que han malfigurado (si a usted le va mejor, configurado, compro) lo que hoy conocemos como el México del segundo piso -me gustaba más Tenochtitlan- hayan hecho, sin saber de su existencia, un copy&paste del modelo del Norte. Incluyendo la advertencia Miranda.
No todo lo copiado es positivo. Especialmente en el campo judicial.
La sociedad de los Estados Unidos, de honda raíz presbiteriana, mantiene hoy una doble moral en su impratición de la justicia. El peor de los elementos es el del llamado testigo protegido. Como todo mundo sabe, consiste en que la adminisración de justicia “negocie” con los delincuentes de todo tipo en un quid pro quo malévolo.
Yo sé que eres malo, pero dime quiénes son peores que tú, o fueron tus superiores y te bajo la pena. Así opera lo que se está haciendo hoy con Ovidio, y con tantos otros en la justicia de los Estados Unidos.
Ese el copiado que está haciendo la justicia mexicana. Agárrense a la macana, porque les voy a qutar la escalera.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): La idea de un documento nacional de identidad no es mala, aunque políticamente se preste a manipulaciones y sospechas del gran estado vigilante que hace tantos años adivinó George Orwell.
El documento nacional de identidad es una realidad antigua, y acreditda en el mundo, especialmente en los países europeos. De los países civilizados, extrañamente los Estados Unidos son uno de los que no cuenta con un DNI.
Mi licencia de conducir de mi estado es documento suficiente para acreitar en EE UU que yo soy quién soy, y no me parezco a nadie. Eso se debe a su consecuente naturaleza de federación, que respeta la autoridad de cada estado para que decida en su tierra.
Claro, si no emergen los agentes del ICE y nos mandan a todos, sin averiguaciones, a centros de retención de Guantánamo, El Salvador o, dentro de poco, los Everglades en Florida.
El otro día, López-Dóriga decía en Teleformula que para demostrar que somos lo que decimos ser, los mexicanos tenemos -los que tenemos- una credencial del INE, que es para votar. Por omisión, es el único documento que nos acredita ser persona. Los menores de 18 años no la tienen.
Son, como decía Joaquin, indocumentados en el país en que nacieron.