Legalizar la mariguana no significa hacer empresario al Chapo Guzmán, porque ya lo es. “No queremos convertir al Chapo Guzmán en empresario”, dijo el subsecretario Arturo Escobar. Se trataba de argumentar en contra de la legalización de la mariguana, pero sus palabras llevan la discusión a otro terreno. Joaquín Guzmán ya es un empresario. Es … Continued
Legalizar la mariguana no significa hacer empresario al Chapo Guzmán, porque ya lo es.
“No queremos convertir al Chapo Guzmán en empresario”, dijo el subsecretario Arturo Escobar. Se trataba de argumentar en contra de la legalización de la mariguana, pero sus palabras llevan la discusión a otro terreno.
Joaquín Guzmán ya es un empresario. Es el CEO del Cártel de Sinaloa, líder mundial en un negocio que tiene márgenes de ganancia colosales, entre otras cosas porque trabaja en una industria donde los preponderantes imponen siniestras barreras de entrada a los aspirantes: violencia física y asesinatos. Además de plomo, hay plata a raudales. Protegen su territorio a través de la corrupción de policías, jueces, políticos y hombres de negocios.
Decir que Guzmán Loera es un empresario no lo exculpa, sino destaca un hecho: con los hombres de negocios no usamos el diccionario correctamente. Los elogios o las críticas se vierten con brocha gorda, sin matices. El Chapo es un hombre de negocios… ilícitos. Ha cometido ofensas criminales que requerirían cientos de años para purgarse. De estos crímenes, no lo redimen ni su inmensa fortuna ni las oportunidades económicas que genera para sus aliados y las regiones donde opera.
No está claro qué quiso decir el subsecretario Escobar. Lo cierto es que el Estado no pudo impedir que el Chapo se convirtiera en empresario. Si entramos a discutir en serio la legalización de la mariguana, como país deberemos determinar qué aspectos de la empresa criminal de ahora merecen borrón y cuenta nueva. ¿Queremos que los campesinos que siembran mota tengan la oportunidad de ser empresarios mariguaneros?
El Chapo Guzmán no calificaría para un perdón en el marco de una legalización. Ese hombre no puede ser utilizado como ejemplo para argumentar en contra de un cambio de estatus legal de la mariguana. En Estados Unidos, el fin de la ley seca no implicó perdón para los gangsters, pero tampoco hubo destrucción generalizada de la infraestructura de producción de bebidas alcohólicas.
La transición de sustancia prohibida a mercancía legal abre enormes posibilidades de negocio, entre otras cosas porque la comunidad de consumidores ya existe. No hay necesidad de crearla. En Estados Unidos, 6% de la población mayor de 12 años consume mariguana. El mercado vale entre 10 y 40,000 millones de dólares anuales, pero está protegido por el gobierno de Estados Unidos. Su legalización no permite importaciones. América para los americanos, otra vez. Nuestros vecinos del norte están generando las condiciones para ser líderes mundiales en una industria de amplio espectro, que abarca desde el ocio hasta la medicina. California ya es el mayor productor mundial de cannabis. Forbes declaró el 2015 como año de grandes oportunidades para startups en el campo de la mariguana. Una revista detectó hasta 16 nuevos oficios que derivan de la legalización: agricultor, mensajero, catador, mercadotecnia, atención al público y, por supuesto, empleado de autoridad reguladora.
La discusión sobre legalizar la mariguana que el ministro Zaldívar ha llevado a la Suprema Corte merece ser seguida con atención y valorar sus diversas implicaciones, entre ellas las económicas. El Chapo es un gran problema, pero su caso no debe oscurecer la discusión. Hay muchas preguntas y pocas respuestas. ¿Qué hacemos con la mariguana… política de seguridad, política de salud, política económica? ¿Queremos seguir con esas “zonas económicas especiales del crimen organizado”?