Por supuesto que le ponemos mucha atención al proceso electoral de los Estados Unidos, ese que debe terminar con la designación oficial de un ganador de las elecciones de ayer 3 de noviembre, porque nuestro país es enteramente dependiente de esa economía y por lo tanto su suerte es la nuestra
Por supuesto que le ponemos mucha atención al proceso electoral de los Estados Unidos, ese que debe terminar con la designación oficial de un ganador de las elecciones de ayer 3 de noviembre, porque nuestro país es enteramente dependiente de esa economía y por lo tanto su suerte es la nuestra.
Pero hay también una atención especial por saber cómo le hace la democracia más famosa del mundo para lidiar con un personaje que amenaza a las instituciones con sus advertencias de que no aceptaría otro resultado que no fuera su victoria.
Donald Trump es un populista que al primero que puso en jaque fue a su partido. Desdibujó muchos de los principios tradicionales de los republicanos para convertirlos en una caja de resonancia de sus ideas radicales. Hoy parece más el partido de Donald Trump.
Escuchar a los representantes republicanos referirse al movimiento Black Lives Matter como un grupo de la extrema izquierda y no aceptar su legitimidad ante los hechos de una innegable violencia racial en Estados Unidos, no es la tradicional voz de un partido que solía tener tolerancia dentro de su conservadurismo. Es la repetición de un discurso extremo, escuchado hasta el cansancio en la Casa Blanca durante el gobierno de Trump.
Pudo Trump cooptar a su partido, pero no logró lo mismo con otras instituciones de su país, que mantienen un alto grado de independencia de los caprichos del Presidente.
Podemos incluir al Ejército, a la Corte Suprema o incluso a la Cámara de Senadores, de mayoría republicana.
Vamos, a pesar de su marcada influencia, el presidente Trump no controla las más importantes instancias de poder en Estados Unidos. El propio Donald Trump ha expresado públicamente su envidia por los enormes alcances del poder sin contrapesos de Xi Jinping en China.
Con todo y esas cortapisas, hay una gran interrogante. ¿Cómo se echa del poder a un populista con afanes autoritarios?
La respuesta más acertada es con una gran cantidad de votos. Eso es algo que en este momento no sabemos si habrá ocurrido en Estados Unidos. Porque la única manera de garantizar un proceso postelectoral tranquilo en Estados Unidos es con una victoria amplia por parte de cualquiera de los dos candidatos.
Y la única forma de sacar a Trump del poder en calma debió haber sido con una votación copiosa por Joe Biden.
Terminar con un populismo como el de Trump, o como tantos otros que padecemos en el mundo, tiene que ser por esa vía democrática, si a lo que aspiramos es a la recuperación de una vida institucional. Porque, claro, siempre queda la posibilidad de que llegue uno peor y arrebate el poder.
Porque no hay que perder de vista que Trump, o el populista que tenga en mente, llegó al poder porque así lo decidió una mayoría. En el caso de Estados Unidos, una mayoría de colegios electorales. Así que, con todo y lo destructivo que pueda ser, no está solo.
Por lo tanto, la queja no es que haya llegado al poder por una vía antidemocrática, sino su forma de gobernar tan desastrosa y sus planes de quedarse en el poder, ahí sí, poniendo en duda el sistema democrático de su país.