En un excelente y risueño artículo publicado el jueves pasado, Leo Zuckermann lleva hasta sus últimas consecuencias las posibilidades de simulación, y de eficacia política, que ofrece a los partidos la ley electoral vigente. Zuckermann sugiere al PAN zanjar sus diferencias actuales adelantando la elección de su candidato presidencial. ¿Cómo? Convocando ya una elección de … Continued
En un excelente y risueño artículo publicado el jueves pasado, Leo Zuckermann lleva hasta sus últimas consecuencias las posibilidades de simulación, y de eficacia política, que ofrece a los partidos la ley electoral vigente.
Zuckermann sugiere al PAN zanjar sus diferencias actuales adelantando la elección de su candidato presidencial. ¿Cómo?
Convocando ya una elección de presidente del partido bajo el entendido político de que quien gane esa posición será el candidato presidencial.
Los perdedores tendrían acceso adelantado también a las otras posiciones claves de la elección del 18: el liderato del Senado y de la Cámara de Diputados o la candidatura al gobierno de Ciudad de México.
Zanjado el pleito sucesorio interno, el partido podría dedicarse libremente a diseñar las campañas de los ganadores repartiendo entre ellos sus millones de spots.
El nivel de conocimiento público de estos candidatos crecería en montos proporcionales al tamaño de sus campañas, durante el tiempo que falta para que se conviertan en candidatos formales. Llegarían a ese momento siendo políticos más conocidos y candidatos más fuertes de lo que son hoy.
Alguien podría argumentar, dice Zuckermann, que esta es una estrategia cínica que implica actos anticipados de campaña supuestamente prohibidos por la ley. Pero en este rubro hay una cláusula, avalada ya por las autoridades electorales, que permite a los líderes partidistas aparecer en los spots de radio y televisión. Por eso aparecen hoy López Obrador (Morena), Anaya (PAN) y Ochoa (PRI) en los anuncios. Es una de la típicas simulaciones mexicanas que, por un lado, prohíbe los actos anticipados de campaña pero, por el otro, encuentra subterfugios para saltarse la ley. (Excélsior 27 de octubre 2016)
Todo esto no sería, en efecto, sino aprovechar las lagunas de la ley electoral vigente. Se haría, en sentido estricto, lo que la ley no prohíbe.
En nada sería contradictorio con la antañona costumbre mexicana de respetar la ley en la forma y violarla en el fondo, obedeciendo su letra, y violar su espíritu.
Así de respetables son nuestras leyes y así de practicables nuestras costumbres.