La velocidad con la que la deuda llegó a 237% del PIB chino es algo que preocupa a más de uno. Cuando las haciendas públicas abusaron de sus instrumentos fiscales para respaldar a las economías con problemas en plena Gran Recesión, los bancos centrales tomaron el papel de promotores de la recuperación con planes monetarios … Continued
La velocidad con la que la deuda llegó a 237% del PIB chino es algo que preocupa a más de uno.
Cuando las haciendas públicas abusaron de sus instrumentos fiscales para respaldar a las economías con problemas en plena Gran Recesión, los bancos centrales tomaron el papel de promotores de la recuperación con planes monetarios no vistos hasta entonces.
El más significativo de todos los planes fue el implementado por la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y su inédita tasa de interés en cero y sus tres ediciones del Quantitative Easing.
Seguimos padeciendo los efectos de la salida de esa estrategia monetaria y si hoy la volatilidad ha vuelto, y se nota en el tipo de cambio, es en buena medida por la expectativa de qué ocurrirá con las tasas de interés en Estados Unidos y su regreso desde el cero.
Otras estrategias monetarias posteriores parecen ya no dar los mismos resultados. El caso de Europa es notable. A pesar de que hay que pagar por ahorrar en euros, sigue apreciándose el valor de esa moneda única.
Y en Japón no hay otra cosa más que un fracaso en la política hiperlaxa del banco central de esa nación asiática.
En el mundo emergente, el abuso de la política fiscal para reactivar las economías tiene facturas económico-financieras graves.
Brasil, por ejemplo, enfrenta una recesión y un enorme déficit fiscal que complica su recuperación. Los desequilibrios en las cuentas públicas de los países petroleros del Golfo Pérsico están incubando una crisis de la que seguro nos vamos a enterar, y China es una economía a la que todo lo que le suceda repercute en el mundo.
Esa economía se ha desacelerado desde tasas de crecimiento superiores a 11% anual hasta las expectativas actuales de 6% y las medidas del gobierno chino para recalentar sus actividades económicas parecen configurar una medicina más peligrosa en sus efectos secundarios.
El gigante asiático perdió dinamismo en su crecimiento, pero estaría perdiendo algo más valioso que es la salud financiera.
Es verdad que las tasas de ahorro de ese país son altas, que China es el principal acreedor del mundo. Pero la velocidad con la que la deuda de ese país alcanzó 237% del Producto Interno Bruto preocupa a más de uno.
Es más preocupante un país europeo con una deuda de 90% de su PIB o México con una deuda que se acerca a 50%, porque este tipo de economías combinan sus altas deudas con elevados déficits fiscales y eso es la combinación de gasolina y fuego.
Pero China tiene los ingresos suficientes para patear el bote de la deuda mucho tiempo por delante.
El problema, más allá del ritmo meteórico de crecimiento de la deuda, es que este gigante podría generar las resistencias que creó la economía japonesa, donde la deuda supera 300% de su PIB, y si bien la sobrelleva, es un dique para su recuperación y crecimiento.
Es verdad que el sistema bancario chino ya está en una zona vulnerable, pero el alto endeudamiento podría entrampar la economía china en un círculo vicioso que le impidiera volver a crecer con el dinamismo de antes y eso es una pesadilla para todos.