Una reforma electoral puede cambiar a un país. Pero como dice María Marván: no hay soluciones perfectas, pero sí hay errores perfectos. Piénselo
LIC. PABLO GÓMEZ,
PRESIDENTE EJECUTIVO,
COMISIÓN PRESIDENCIAL PARA
LA REFORMA ELECTORAL:
+No es lo mismo oír que escuchar.
Refrán popular
Escuché con atención la entrevista que usted concedió a Hernán Gómez, de La Octava, y leí la que usted sostuvo con El País. No tienen desperdicio. Lo digo porque una cosa es el Programa y Plan de Trabajo que presentó usted anteayer y otra cosa es el tono con el cual usted presumiblemente dirigirá la Comisión.
Pero antes de discrepar, debo reconocer que hay un par de puntos en los cuales puedo coincidir con usted, como el que las listas para los legisladores plurinominales se han convertido en un coto para las cúpulas partidistas. Suena razonable que los perdedores que ocupen el segundo lugar puedan acceder a curules; de hecho, reflejaría más el voto ciudadano. También concuerdo en que el fuero legislativo debe esclarecerse, pues en principio es para proteger a la libre expresión de los diputados y senadores, no para encubrirlos de actos reprobables.
Resulta altamente preocupante que en las entrevistas usted insista en que el país cambió y que ha habido muchas reformas constitucionales; es cierto que hacía tiempo que México no contaba con un partido dominante, pero también es verdad que los cambios legales se han dado merced a una mayoría calificada obtenida mediante una sobre representación artificial que MORENA se atribuyó. Entonces, cabe preguntarse qué tan legítimo es su argumento de que “si hay una mayoría, una corriente popular mayoritaria, tienen que cambiar las leyes. Para eso se vota. No se vota para cambiar de personas, sino para cambiar la convivencia”.
Cabe señalar que sus entrevistas contradicen el Programa presentado. En este último afirma que se convocará a todo el mundo a opinar y que todos serán oídos, pero también afirmó usted que “se escucharán todas las voces, pero que la última palabra la tendrá la ciudadanía, mediante una encuesta pública, y el partido gobernante”. Si una decisión del calado de una reforma electoral se deja al resultado de una encuesta, por qué no también preguntar a los ciudadanos cómo quieren pagar sus impuestos, o cómo aplicar la prisión preventiva, o el presupuesto de egresos.
Aún más, usted condiciona el poner a consideración las propuestas que lleguen a hacer los exconsejeros y magistrados electorales con un “depende de las propuestas que hagan”. Dicho en buen castellano, si las propuestas acomodan a MORENA serán consideradas, de lo contrario, usted o la Comisión reaccionarán como ya anunció: “Tenemos la fuerza política y la vamos a ejercer. (La Reforma Electoral) no va a ser producto de un conciliábulo de camarillas”.
Para usted, el consenso es un conciliábulo y por ello desprecia las anteriores reformas. Curioso, José Woldenberg, el más prestigiado consejero presidente del IFE, lo ve totalmente distinto y así lo expresó ayer en la conferencia Reforma Electoral: Construcción de una Alternativa. Para el doctor Woldenberg se debería honrar el precedente del consenso y resalto dos de sus varios argumentos: primero, que las leyes en general pueden ser aprobadas por una mayoría, pero una ley electoral que rige cómo se accede al poder, el consenso no solo es deseable, sino indispensable. Segundo, que “desde las oposiciones se colocan los acentos de los déficits democráticos, mientras que desde el gobierno se tiende a ignorarlos”.
Lorenzo Córdova, en la misma conferencia, alerta sobre el riesgo de una Reforma Electoral impuesta desde un solo bando: “Cuando hablamos de las reglas del juego, no basta la mayoría partidaria. Se requiere que los jugadores acepten esas reglas para que éstas no sean fuente de disputa”. Y a eso se llama legitimidad, certidumbre y gobernabilidad, don Pablo.
Otro rubro de la mayor importancia en la cual discrepa don José con usted es su pretensión de disminuir el número de diputados locales, como si nuestra República no fuera federal, como si los estados no fueran soberanos. Su pretensión, don Pablo, es un paso más hacia el centralismo cuatroteísta que en nada ayuda al país.
En las entrevistas usted afirma que se debe replantear con cuánto financia a los partidos políticos y para qué, pues las prerrogativas han creado burocracias de lambiscones. Sin duda los partidos deben rendir mejores cuentas de los dineros que se les otorgan, pero el cuánto está de sobra. Otro exconsejero presidente, Leonardo Valdés Zurita presentó en la conferencia un ejercicio muy interesante. En 2024, los partidos, el INE y los tribunales electorales costaron 30 mil 749 millones de pesos, los cuales representan el 0.33% del presupuesto federal. Con ese mínimo porcentaje del erario estamos garantizando la estabilidad política y una transición pacífica del poder; ¿le parece poco?
El espacio se me acaba para abordar lo expuesto por Lorenzo Córdova en la conferencia, lo cual haré en una próxima entrega. Tiene mucho qué decir y aportar.
Una reflexión final.
Una reforma electoral puede cambiar a un país. Pero como dice María Marván: no hay soluciones perfectas, pero sí hay errores perfectos. Piénselo.
Con la colaboración de Upa Ruiz
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