El ministro de Petróleo, Ali al-Naimi, fue destituido tras 20 años de control. Hace no más de dos años, Arabia Saudita, desde su soberbia de ser el mayor productor de petróleo del planeta, decidió sacar de la competencia a los nuevos ricos del shale oil de Estados Unidos. Los cálculos no podrían salir mal. Si … Continued
El ministro de Petróleo, Ali al-Naimi, fue destituido tras 20 años de control.
Hace no más de dos años, Arabia Saudita, desde su soberbia de ser el mayor productor de petróleo del planeta, decidió sacar de la competencia a los nuevos ricos del shale oil de Estados Unidos.
Los cálculos no podrían salir mal. Si producir esos combustibles por la vía del fracking en territorio estadounidense costaba alrededor de 80 dólares por barril, bastaba con bajar los precios de los niveles superiores a los 100 dólares en que se encontraban en ese momento a unos 70 dólares, para que simplemente los cowboys abandonaran el negocio.
Sencillamente había que abrir la llave de la enorme producción petrolera saudita y vender muchos más barriles de crudo, hasta lograr la quiebra de aquellos. Si resistían el embate, le daban otra vuelta a la llave. Si empezaban a ceder, volvían a reducir la producción.
Nada podría salir mal, porque ya lo habían hecho antes. En otras décadas, ya habían puesto de rodillas a los occidentales, que se cuadraban ante el poderío petrolero de los países del Golfo Pérsico. Pero el plan perfecto empezó a fallar, porque se centraron en la oferta, nunca tomaron en cuenta un derrumbe de la demanda.
Para cuando empezaron la guerra petrolera contra Estados Unidos, China crecía a 9%, los países emergentes estaban en plena expansión y la propia economía norteamericana se preparaba para dejar de lado sus planes de expansión monetaria ante las evidencias de un crecimiento alto y sostenido.
Pero todo eso se vino abajo. Con la caída de los precios de petróleo cayeron las monedas emergentes, Estados Unidos empezó a titubear en su recuperación y sobre todo, China se enfrenó de una forma tan notable que todos lo resintieron.
Tampoco tomaron en cuenta las reacciones en la producción. Ya vivió en algún momento Estados Unidos una crisis energética y no se los volverían a hacer. La autonomía energética es un negocio, pero es un asunto de seguridad nacional para la principal economía del mundo.
Al mismo tiempo, el acérrimo enemigo de Arabia Saudita encontraría la puerta de regreso al mercado internacional del crudo. Con Irán bombeando petróleo al por mayor, no podría ser otra la suerte de los precios.
Hoy Arabia Saudita ya no tiene los hilos del mercado petrolero en su tablero, lo que priva es el caos. No se pueden poner de acuerdo los países productores ni siquiera para congelar la producción y no hay expectativas de una pronta recuperación de los precios.
Arabia Saudita enfrenta un déficit en sus cuentas, que ha alcanzado niveles alarmantes, tanto que están en camino de financiar sus desequilibrios con una venta de garaje que incluya a su propia empresa petrolera.
Por eso no sorprende que el rey Salmán haya destituido a su ministro de petróleo, Ali al-Naimi, tras más de 20 años de control tanto de la industria extractiva saudita, además del manejo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Su salida fulminante lo ubica como el creativo de la guerra petrolera que hoy van perdiendo ellos, junto con todo el resto del mundo productor.
Es evidente que nunca dimensionaron el tamaño de la caída y ha resultado muy costoso para ellos darse cuenta de que los tiempos en que ellos marcaban el paso petrolero del mundo han quedado atrás.