Descontados los temas inflacionarios y monetarios, Banxico tendrá que evaluar los asuntos políticos de final de sexenio
La última vez que se reunió la Junta de Gobierno del Banco de México para tomar una decisión de política monetaria, el 9 de mayo, este país se preparaba para celebrar elecciones federales escenarios compatibles con una futura estabilidad económico-financiera.
Para ese momento los mercados descontaban la posibilidad de que, efectivamente, la candidata del oficialismo se alzara con el triunfo y recibían con calma esa posibilidad, porque también prevalecía una expectativa de contrapesos legislativos.
Sin embargo, después de los resultados de la elección del pasado 2 de junio, ni el Banco de México, ni los mercados financieros, ni nadie, puede ser igual.
La enorme responsabilidad que implica para un gobernante llegar con una mayoría calificada fue apedreada, no por la futura mandataria, sino por el Presidente que ya se va.
Como si se tratara de su peor adversario, Andrés Manuel López Obrador se ha encargado de encarecer la llegada de la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, y ahora la obliga a hacer toda clase de declaraciones y amarres políticos para evitar que su llegada sea en un ambiente de crisis de confianza financiera.
Y el banco central, junto con todos los demás, tienen que considerar este escenario del uso faccioso y vengativo de López Obrador de la futura mayoría calificada en sus escenarios de actuación.
Pueden dentro de Banxico pensar que están a salvo de los ánimos autoritarios de quien ya se va, porque no está el banco central en la lista destructiva de los organismos autónomos que pretende desaparecer, pero nadie puede dar por descontado que en estos poco más de 100 días que quedan de gobierno pueda surgir alguna iniciativa descabellada, como darle un mandato dual al Banco de México.
El objetivo prioritario del Banco de México no es sólo que la inflación sea baja, sino procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional y eso amplía el rango más allá de los niveles de precios al consumidor.
No hay en este país objetivos de tipo de cambio, mucho menos paridades fijas, pero la acelerada deprecación del peso frente al dólar no apuntala precisamente sus planes de iniciar un relajamiento de la política monetaria en dos semanas.
No hay un traspaso automático de un dólar caro a los precios, pero en el juego de las señales hay que dar la menor cantidad posible de pretextos para promover la puerta de salida.
Más allá de que los integrantes de la Junta de Gobierno deberían incorporar a su análisis estas cuestiones políticas que acaban por mover el comportamiento de los mercados financieros, la propia dinámica inflacionaria da suficiente material como para que piensen dos veces si realmente llegó la hora de iniciar con un ciclo de política monetaria más laxa.
Por lo pronto mañana habrá decisión de política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos y está más que cantado que no habrá ningún movimiento en la tasa de interés.
Lo que cuenta es el balance de riesgos que hagan hacia adelante para anticipar una futura primera fecha de baja en la tasa de referencia estadounidense, actualmente en el rango de 5.50 por ciento.
Descontados los temas inflacionarios y monetarios, Banxico tendrá que evaluar los asuntos políticos de final de sexenio.