Un impuesto alto y fijo a las gasolinas durante los tiempos de la liberación de precios sería una gran ayuda fiscal para el gobierno que se ató las manos solito para no modificar sus ingresos. Claro que siempre quedará la alternativa de modificar el Acuerdo de Certidumbre Tributaria que el gobierno federal redactó, firmó y … Continued
Un impuesto alto y fijo a las gasolinas durante los tiempos de la liberación de precios sería una gran ayuda fiscal para el gobierno que se ató las manos solito para no modificar sus ingresos.
Claro que siempre quedará la alternativa de modificar el Acuerdo de Certidumbre Tributaria que el gobierno federal redactó, firmó y presentó en solitario, aplicando la cláusula sexta de casos de excepcionales modificaciones financieras como la actual.
Eso no va a ocurrir, salvo que desde el Congreso se dé viabilidad a alguna propuesta de incremento tributario. Mientras tanto, ahí está el impuesto especial a las gasolinas que este año dejará una buena bolsa de dinero para cubrir los compromisos de gasto.
El tema con un impuesto alto y fijo es que con los precios en libertad, la cantidad a pagar por litro puede dispararse de un mes para otro, porque así son los precios de los energéticos.
La oposición política a un precio alto de la gasolina es predecible, sobre todo por parte de los legisladores que se quejarán amargamente de los precios, cuando la queja verdadera de los partidos políticos debió llegar en aquellos años en que se quemaban hasta 200,000 millones de pesos del gasto público en subsidios a las gasolinas que sólo beneficiaban a 20% de la población.
Ésta es una buena razón para proponer la apertura gradual de las gasolinas, sobre todo por las distorsiones que puede presentar un mercado tan inmaduro para la competencia en materia energética como el mexicano.
La cadena del mercado energético mexicano estuvo diseñada para que una sola empresa se encargara de todo el proceso desde la extracción hasta la venta final. Y en el caso de las gasolinas fue igual.
Las estaciones de servicio fueron concesiones a particulares, a políticos, que tenían garantizado un mercado con cláusulas de exclusividad en la distribución. Una estación de servicio tenía garantizado el negocio con una barrera para que nadie se pudiera instalar con otra gasolinera a varios kilómetros a la redonda. Nadie se atrevería a plantar tanques y bombas si Pemex le iba a negar la materia prima.
Vea algunas de las más famosas esquinas de las ciudades y verá que hay una sola estación de servicio. En cualquier ciudad pequeña texana que se respete hay una, pero en cada esquina. Entonces, la competencia tiene que empezar por ahí, por los espacios donde las autoridades locales no pongan trabas para plantar frente a una estación de Pemex una de la competencia. Eso es posible en las grandes ciudades. Ahí sí funciona un precio abierto.
Pero imagine una carretera donde en su camino se encuentra con esos letreros que le advierten que la siguiente gasolinera está a 100 kilómetros. Cuando llegue, si el precio es libre y le venden los litros a 25 pesos, seguro que los tendría que pagar a ese precio o se queda tirado. Ahí hay que ser más graduales en la competencia.
O qué hay de aquellas áreas del país donde es uno solo el concesionario y además es compadre del presidente municipal, ¿le darán permiso a un tercero para competir y limitar este negocio tan jugoso? Ahí son otros los procedimientos para instaurar la competencia.
