Quienes claman “¡Vivos se los llevaron/ Vivos los queremos…!”, saben que no hay la menor probabilidad de que su exigencia sea satisfecha: los 43 aludidos fueron levantados por municipales lacayos de la banda de narcotraficantes que los mató y quemó hasta carbonizarlos (como lo supo casi de inmediato, por cierto, el sacerdote Alejandro Solalinde). La … Continued
Quienes claman “¡Vivos se los llevaron/ Vivos los queremos…!”, saben que no hay la menor probabilidad de que su exigencia sea satisfecha: los 43 aludidos fueron levantados por municipales lacayos de la banda de narcotraficantes que los mató y quemó hasta carbonizarlos (como lo supo casi de inmediato, por cierto, el sacerdote Alejandro Solalinde).
La patraña de que el Estado mexicano los “desapareció” (¿alguien se atreve a aventurar algún propósito?) carece de racionalidad.
Sin embargo, los muertos de cualquier “causa” son siempre redituables, y en este caso aun a costa de la memoria de una de las víctimas y el duelo de sus familiares: los de Alexander Mora Venancio, cuya familia le guarda un pequeño altar (velas, fotografías y una playera de futbol) en la montañosa localidad El Pericón desde hace casi cinco meses, cuando los forenses argentinos le informaron que un hueso y un diente del joven habían sido plenamente identificados en Austria.
Por lo mismo, quienes colocaron ayer lo que llamaron “antimonumento” +43 fallan, tanto en aritmética como en ética.