Patriotas en el sentido literal de la palabra: procuraban el bien de su patria por encima del de ellos. Y al lograrlo eran sumamente felices.
Era un país como cualquier otro, pero diferente. Como cualquier otro porque tenía ríos, montañas, litorales, bosques y habitantes. Diferente porque todos sus pobladores eran patriotas. Patriotas en el sentido literal de la palabra: procuraban el bien de su patria por encima del de ellos. Y al lograrlo eran sumamente felices. Desde tiempo inmemorial lo sabían: una patria amada produce hijos contentos y satisfechos.
Cuando se ama a la patria por sobre todas las cosas, más allá del futbol y de los declamadores sin maestro, se le mantiene limpia y en buen estado. No se permite que se manche con basura y miasmas, mucho menos con sangre y corrupción. Está prohibido usar su nombre para engañar, incumplir promesas y simular. Se respeta y se cuida su naturaleza.
En ese país había ricos y pobres; obreros, empleados, empresarios, científicos, curas y pastores y políticos. Todos vinculados por el amor a su madre en común: la patria. De forma tal que para cumplir con ésta cada uno de sus pobladores desde niño sabía y hacía con gusto sus tareas. Por supuesto que no hay desempleo y nadie puede ganar menos de lo que necesite para mantener a su familia y ahorrar 10% mensual y nadie puede ser tan rico como para acumular más de 10 millones de dólares. El excedente de esta cantidad pasa a formar parte del Fondo para Actividades Patrióticas.
El sistema de gobierno consiste en un Comité de Autoridades Patrias, un poder legislativo del que se desprende un primer ministro o jefe de gobierno y el Poder Judicial.
Trataré brevemente de explicar cómo funciona el país cuyo motor, reitero, es el amor a la patria.
El Comité de Autoridades Patrias es el máximo órgano de mando en la nación. Está formado por 10 ciudadanos, cinco del género femenino y cinco del género masculino. Los miembros del Comité son mayores de 50 años y su permanencia en el cargo tiene carácter vitalicio o hasta que se les declaré alguna enfermedad incurable. De ser así, pasan al Gran Asilo Patrio y son sustituidos por una o uno de los aspirantes de 50 años que están en lista de espera y en el colegio de preparación, donde, además, son examinados psicológicamente, desde los 25 años. El Comité de Autoridades Patrias es el que designa a los 50 legisladores que forman del Congreso, que se renueva cada tres años. Para ser legislador se necesita tener 40 años y haber asistido al Colegio de la Patria durante 15 años, donde también son exhaustivamente examinados en aspectos psicológicos, doctrinarios e, inclusive, se rumora, medicados para ser alérgicos a la corrupción. Uno de los legisladores es elegido por unanimidad por el Congreso y el Comité de Autoridades Patrias para durante cuatro años ser el primer ministro o jefe de gobierno. Al terminar su periodo son internados en la Casa de los ex Jefes de Gobierno donde viven el resto de sus días de manera confortable. Todos los aspirantes a puestos gubernamentales deben ser por ley solteros, sin parientes. Los cargos públicos no son remunerados. En contrapartida, a los que ejerzan esta noble profesión el Estado los proveerá de casa y sustento durante su preparación, al ejercitar el cargo y al término del mismo. Durante su estancia en el puesto se les dotará de ropa, seis trajes por año, 10 camisas y cinco corbatas. Excepto el primer ministro, que tiene derecho a ocho trajes, 12 camisas, nueve corbatas y un blazer.
Ya habrá ocasión para hablar del interesante Poder Judicial. Por lo pronto termino con el lema del país referido: “No amar a la patria es una chingadera”.
Señor Luis Miguel González, director general y editorial de El Economista
Estimado Luis Miguel:
Sirva la narración precedente, más difícil de hacerse realidad que la mismísima Metamorfosis de Franz Kafka, para cumplir con mi entrega de este martes.
El espacio sobrante, como lo estás viendo, está dedicado a ti, específicamente a dos cosas: Una, anunciarte que esta madrugada -4 am- cumplí 70 años de vida. Y dos: comentarte que aunque mi cuerpo en términos generales –fuera de que me mareo al acostarme y al levantarme y de sentir, de vez en cuando, calambres y una sensación de desgarre en las piernas- está, aparentemente, en buenas condiciones si consideramos que ha subido siete pisos por las escaleras, a veces empinadas, y en otras ocasiones de dos en dos escalones, creo que no le caería mal una buena y completa revisión.
También te comentaré que aunque desde la adolescencia trabajo, en los últimos meses se me cargó la chamba y me siento más cansado que de costumbre. Creo que por primera vez en mi vida siento lo que es el estrés: un leve malestar físico, una mente perezosa y confundida y una languidez espiritual que provoca que me sienta extraño a mi mismo.
En los últimos cuatro años de los seis que llevo laborando en El Economista se me han concedido, anualmente, dos periodos vacacionales, dos semanas en verano y dos semanas en invierno. En esta ocasión, y he aquí el objetivo de mi mensaje, deseo tomarme un mínimo de seis semanas a partir del punto final de este escrito.
Necesito descansar y revisar mi cuerpo, retozar mi mente y restañar mi alma.
Rancho viejo tiene goteras. Atentamente.