En el momento en que se corta el flujo de información honesta, se acaba la posibilidad de planear e invertir con certeza en un país
Datos confiables. Éste es un valor que la economía mexicana no puede darse el lujo de perder, sobre todo ahora que la confianza no es uno de los principales activos a destacar en la relación entre el gobierno federal y los agentes privados.
Hoy sabemos que la economía está al borde de la recesión, que la actividad industrial cae o que la inversión presenta los peores niveles en muchos años gracias a que contamos con información confiable, transparente y oportuna de la economía.
En el momento en que se corta el flujo de información honesta, se acaba la posibilidad de planear e invertir con certeza en un país.
Por ejemplo, hoy damos por sentado que el Banco de México nos dará cuenta semanal de las reservas internacionales del país, como ayer que informó que hasta el viernes pasado se ubicaban en 179,020 millones de dólares.
Antes de 1995 este dato sólo se daba en dos ocasiones al año: en el informe presidencial y en la convención bancaria. Para cuando conocimos el dato de las reservas en 1994 ya era demasiado tarde para evitar la gran crisis financiera de finales de ese año.
El Inegi perdió, como consecuencia de los recortes presupuestales aplicados con escopeta por este gobierno, más de una docena de estudios de gran utilidad. Sin embargo, es la fecha en que la mayoría de los analistas considera que la información que todavía genera este instituto es confiable, profesional y oportuna.
Esa limitante presupuestal del instituto encargado de las estadísticas nacionales le resta efectividad. Sin embargo, sigue siendo confiable en la generación de las mediciones básicas del comportamiento económico nacional.
Pero, sobre todo, el Inegi, junto con el Banco de México, tiene la gran ventaja de la autonomía.
Si se pierde esa independencia del poder, si los responsables de encabezar esos organismos tuvieran que responder a los dictados del presidente de la República, automáticamente pierden la credibilidad.
El despido de Gonzalo Hernández Licona como secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) no implica en automático una alineación de esta institución con los intereses de propaganda de la 4T. Todo nuevo titular merece el beneficio de la duda, hasta que su alineación demuestre lo contrario.
Pero no deja de llamar la atención que tras las críticas de Hernández Licona a la severa restricción presupuestal que afectaba al Coneval y justo cuando ese consejo ya evaluaba 12 de los proyectos asistencialistas del presidente, viniera este corte de cabeza.
Asfixia presupuestal y la puntilla con el relevo de su titular. Así, no hay autonomía que aguante una decisión desde la cúpula de la 4T.
El Coneval fue un dolor de cabeza para los dos gobiernos anteriores, pero ambos se abstuvieron de atentar contra su autonomía, a pesar de dejar en evidencia muchas de sus cifras de combate a la pobreza. Vaya que hubo peleas, pero hubo respeto a su trabajo.
Se ha trastocado mucho la concepción oficial de la confianza. Hoy se cree que se puede canjear la confiabilidad de los poderes, las instituciones, las autonomías, las contralorías y las suficiencias presupuestales, por la figura de un solo hombre que cree tener las respuestas transformadoras en la convicción de que con él se erradica la corrupción y que lo demás, es lo de menos.
Hay que cuidar al Inegi, hay que cuidar al Banco de México. Hay que exigir que no se siga deteriorando la calidad de la información que ofrecen los órganos de gobierno, porque una sociedad sin información corre el peligro del totalitarismo.