
Aunque ha perdido fuelle al calor de las pérdidas de Tesla, todo apunta a que Musk mantendrá su enorme influencia en el movimiento trumpista
Elon Musk ha pasado como un torbellino por Washington en los 100 primeros días del segundo mandato de Donald Trump, y aunque ha perdido fuelle al calor de las pérdidas de Tesla, todo apunta a que mantendrá su enorme influencia en el movimiento trumpista.
El hombre más rico del mundo se convirtió en enero en un “copresidente no elegido”, según la oposición demócrata; un “genio” capaz de “desmantelar la burocracia”, en palabras de Trump; y un “migrante parasitario que juega a ser Dios”, según Steve Bannon, su gran némesis en el círculo del presidente.
Tres meses después, y sin haber logrado recortar el gasto gubernamental ni en un 10 por ciento de lo que prometió, Musk ha anunciado que pasará menos tiempo en Washington para centrarse en Tesla, tras la mayúscula caída del 71 % en los beneficios de la empresa y el golpe a su propia fortuna personal.
En la historia de ese auge y caída de Musk en la capital de Estados Unidos hay también derrotas políticas, amargas discusiones con el equipo de Trump y un caos administrativo con consecuencias internacionales, pero no está claro que este sea el fin de su periplo en la política.
A no ser que el presidente deje de escucharle o que no consiga movilizar su dinero o (la red social) X, su influencia seguirá siendo considerable, incluso si pasa menos tiempo en Washington”, dijo a EFE un experto en derecho administrativo en la Universidad de Georgetown, David Super.
El auge
Tras presenciar en primera fila la investidura de Trump y la primera reunión de su gabinete, el empresario sudafricano se convirtió en una figura omnipresente en la Casa Blanca y hasta se rumoreó que dormía en el suelo del complejo.
Al frente del flamante Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Musk desató un cataclismo con medidas como el desmantelamiento de la agencia Usaid, que canaliza casi un 40 por ciento de la ayuda humanitaria global, con graves repercusiones para poblaciones vulnerables en todo el mundo.
Junto a un equipo de jóvenes con escasa experiencia política, el multimillonario congeló millones de dólares en programas federales, recopiló todo tipo de datos, despidió a miles de empleados del gobierno y a otros les exigió que, cada semana, defendieran su trabajo en un correo electrónico si no querían irse a la calle.
Su mayor impacto ha sido la demolición de la capacidad del Gobierno federal para implementar las leyes”, afirmó Super, para quien los despidos masivos de Musk “dificultarán la contratación” de funcionarios “durante décadas”.
Según muchos observadores, el objetivo de Musk en su aventura política era ayudar a concentrar un mayor poder en el presidente de EE.UU.
La caída de Musk
El ritmo endiablado de los cambios de Musk, que a menudo ocurrían sin previo aviso a los jefes de las agencias implicadas, no tardó en despertar suspicacias en el gabinete de Trump, y derivó en sonadas broncas con los secretarios de Estado, Marco Rubio, y del Tesoro, Scott Bessent, entre otros.
Cuando una de esas peleas se filtró a los medios en marzo, Trump dejó claro que los miembros de su gabinete tenían la máxima autoridad sobre sus respectivos equipos y sugirió a Musk llevar a cabo sus planes “con bisturí y no con un hacha”.
Pero el jefe de SpaceX se resistió a seguir ese consejo: no en vano, dos semanas antes había blandido con entusiasmo la motosierra que le regaló en un mitin el presidente argentino, Javier Milei.
La guerra arancelaria de Trump abrió una brecha entre las identidades política y empresarial de Musk, que se vio obligado a oponerse, sin éxito, a una contienda comercial profundamente perjudicial para Tesla.
Mientras, el tirón político de Musk se veía mermado por su fracasada campaña para instalar a un candidato republicano en el Supremo estatal de Wisconsin, y su popularidad caía en picado.
Pero el golpe de gracia llegó cuando las protestas ante los concesionarios de Tesla dieron paso a un batacazo en las ventas de la compañía.
El futuro de Musk
La Casa Blanca ha defendido que la decisión de Musk de reducir su tiempo en Washington a “un día o dos a la semana” encaja con los planes que tenía desde el principio: al fin y al cabo, su tipo de contrato apenas le permite trabajar 130 días al año para el gobierno, y ese plazo iba a cumplirse antes de junio.
No obstante, Musk ha dejado claro que está dispuesto a seguir implicado en la Casa Blanca “durante el resto del mandato” de Trump, para asegurarse de que el “desperdicio” que ha eliminado “no vuelve a aparecer”.
Lo que no está claro es que haya eliminado tanto: prometió suprimir entre 1 y 2 billones de dólares del presupuesto, pero DOGE solo ha informado hasta ahora de 160 mil millones en recortes, y varios análisis independientes apuntan a que esa cifra está inflada.
En cualquier caso, Musk sigue siendo el mayor donante político de EE.UU., y ese músculo financiero promete preservar su influencia en el partido republicano “incluso si hay una bancarrota de Tesla”, en opinión de Super.
“El impacto de Musk en Washington durará muchos, muchos años”, dijo a EFE un profesor emérito de políticas públicas en la Universidad de Maryland, Don Kettl.
Con información de EFE