
El politólogo Daniel Zovatto recuerda el poema Ítaca y su enseñanza: el descubrimiento de uno mismo en cada paso del camino
Por Daniel Zovatto
En tiempos marcados por la urgencia, la inmediatez y la ansiedad por alcanzar resultados, el poema Ítaca, escrito por el poeta griego Constantino Cavafis en 1911, resuena como un acto de resistencia y sabiduría. Inspirado en la Odisea de Homero, este breve pero profundo texto poético se convierte en una brújula existencial, que nos invita a reenfocar nuestra mirada: no en el destino sino en el viaje; no en la recompensa sino en la experiencia.
Cavafis, nacido en Alejandría en 1863, fue un poeta moderno que, sin embargo, encontró en los relatos de la Grecia clásica una fuente inagotable de significados para hablar del alma humana. En Ítaca, recurre al mito del regreso de Ulises para construir una poderosa metáfora: la vida como travesía, con todas sus incertidumbres, aprendizajes, placeres y dolores.
El poema comienza con una exhortación clara: “Cuando te encuentres de camino a Ítaca, desea que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos”. Esta simple frase contiene una enseñanza milenaria: la sabiduría no está en llegar pronto sino en lo que se descubre, se vive y se transforma a lo largo del camino. La riqueza no es el oro que nos espera al final sino las huellas que dejamos y las que nos cambian.
A lo largo del texto, Cavafis convoca figuras mitológicas como los Lestrigones, los Cíclopes y el furioso Poseidón. Pero no los presenta como obstáculos reales sino como proyecciones del miedo humano. Si uno mantiene el pensamiento elevado y el alma despierta, dice el poeta, no se encontrará con ellos. El enemigo más temible no está afuera sino adentro: nuestros propios temores, pasiones y ansiedades pueden ser los verdaderos monstruos del viaje.
Ítaca también contiene una crítica velada al utilitarismo contemporáneo: esa necesidad constante de que todo “sirva para algo”, de que cada esfuerzo tenga una recompensa tangible. El poema nos recuerda que hay destinos cuya única función es ponernos en movimiento. Y si al llegar a Ítaca la encontramos “pobre” no debemos sentirnos engañados, porque su valor no radicaba en lo que nos daría, sino en lo que nos permitió vivir.
Este mensaje, impregnado de estoicismo y humanismo, es más necesario que nunca. En un mundo obsesionado con la productividad, los resultados y las metas a corto plazo, Cavafis nos habla de algo mucho más profundo: la construcción de una vida rica en experiencias, en lecturas, en amor, en derrotas superadas y en conocimientos conquistados con lentitud.
Ítaca ha sido traducido a múltiples idiomas y es, sin lugar a dudas, uno de los poemas más citados del siglo XX. Es leído en graduaciones, funerales, retiros espirituales y momentos de transición personal. ¿Por qué? Porque interpela a algo universal: la necesidad de darle sentido al tiempo, de reconciliarnos con nuestras búsquedas, y de entender que en la vida no hay llegada definitiva, sino movimiento continuo.
Releer este poema hoy es, en cierto modo, volver a lo esencial. Cavafis no nos promete éxito, ni estabilidad, ni gloria. Nos promete algo más importante: el descubrimiento de uno mismo en cada paso del camino. Tal vez, en este mundo tan extraviado, eso sea lo más revolucionario que se pueda ofrecer.