Apenas le faltan unos cuantos días para llegar a medio año de gobierno y cada vez inspira menos respeto y provoca más burla en el mundo. ¿Cuántos de los que votaron por él convencidos de su lema: “Make America great again” (Hagamos a Estados Unidos grande otra vez) están arrepentidos de la torpeza, arrogancia e … Continued
Apenas le faltan unos cuantos días para llegar a medio año de gobierno y cada vez inspira menos respeto y provoca más burla en el mundo. ¿Cuántos de los que votaron por él convencidos de su lema: “Make America great again” (Hagamos a Estados Unidos grande otra vez) están arrepentidos de la torpeza, arrogancia e ignorancia de su remedo de presidente al que le bastaron dos reuniones internacionales importantes —la de la OTAN y la del G20— para convertirse en el hazmerreír del planeta?
El pasado 24 de mayo, a bordo del Air Force One (el avión presidencial gringo, un lujo que ni Peña Nieto tiene; el que usaba Obama fue sustituido por éste más fastuoso), el señor anaranjado de cabellera de estropajo llegó a Bélgica para participar de la reunión del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, por sus siglas en inglés) que se celebró en la capital de este país. En Bruselas, la patanería del inquilino de la Casa Blanca se puso de manifiesto. Empujó y le dio un codazo al primer ministro de Montenegro para quedar mejor colocado que él en la fotografía. ¡Le negó un saludo de mano a doña Angela Merkel! Hasta que el bravucón del barrio se topó con el nuevo superstar del universo político, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, al que el gringo trató de saludar como acostumbra: con un apretón de manos demasiado fuerte y un lenguaje corporal de dominación. Pero el joven mandatario francés le opuso resistencia, apretó más fuerte y no le soltó la mano hasta que el narcisista neoyorquino logró zafarla con gesto de “ahí muere”.
En su segundo viaje a Europa, para asistir en Hamburgo a la reunión del G20, el presidente estadounidense hizo escala en Polonia, el sitio históricamente más simbólico desde el cual mandar un mensaje al mundo occidental de solidaridad y de inclusión. Temas, ambos, a los que el magnate ha sido ajeno dando muestras de repudio hacia todo lo que no sea estadounidense, así como su xenofobia y su racismo.
En Varsovia, capital de Polonia, se reunieron el presidente polaco Andrzej Duda y su esposa, Agata Kornhauser, con Melania Trump y su apuesto marido (apuesto que lo que le gusta de él es su chequera). En el momento de los saludos, la señora Kornhauser dejó a Trump con la mano en el aire y dirigió su saludo a Melania. ¿Con su gesto la primera dama polaca vengó el de-saire que Donald le hizo a la señora Merkel? O, simplemente, ¿no quiso arriesgarse a que sus dedos fueran triturados por el troglodita estadounidense?
Algo que llamó la atención y provocó críticas en el G20, fue que Ivanka Trump remplazara a su padre en uno de los encuentros. Esta acción delata dos cosas: Una, el nepotismo trumpiano supera con mucho al lopezportillista. Dos, dado el estado de cosas, cualquiera puede remplazar al presidente de Estados Unidos.
Pero lo más esperado del G20 era la reunión Putin-Trump que traía cola. Recordarán ustedes la sospecha sobre la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses que favorecieron al candidato republicano, asunto que investigaba James Comey, director del FBI al que Trump despidió del cargo. Le dijo: “Come-y-te-vas”.
Según la nota de Associated Press publicada ayer por El Economista, los dos mandatarios aclararon paradas durante una charla de dos horas. Según Trump, su homólogo ruso “negó vehemente” haber interferido en los comicios gringos. Manifestó que Putin y él conversaron sobre la idea de crear “una unidad de ciberseguridad impenetrable” para “impedir el pirateo informático en futuras elecciones”. Esto provocó la burla de senadores republicanos quienes consideraron que Trump fue chamaqueado por el ruso. Un legislador correligionario de Trump, Lindsey Graham, expresó: “No es la idea más tonta que he escuchado, pero está cerca”.
En cuanto a la media hora que Trump le concedió al presidente Peña Nieto y a su canciller Luis Videgaray, según éste fue una reunión muy fructífera y “se desarrolló en un tono respetuoso y cordial”. Los dos mandatarios estuvieron de acuerdo en la importancia de renegociar el Tratado de Libre Comercio. El presidente Peña señaló la necesidad de cooperar en la seguridad de los dos países y de trabajar en el tema migratorio.
Cuando los mandatarios se estaban dando la mano —en la forma acostumbrada por Trump— para despedirse, una reportera gráfica de la Agencia AP preguntó al millonario gringo: “Señor presidente, ¿todavía quiere que México pague por el muro?”. Junto a Peña Nieto, del que se despedía, y a un metro y medio de Videgaray, el magnate contestó: “Absolutely”. Si enseguida se hubiera escuchado: “¡Por supuesto que no!”, estaríamos orgullosos del mexiquense. No dijo nada.
Que Peña no haya contestado es hasta cierto punto lógico porque no domina el idioma inglés, pero Videgaray hasta acento bostoniano tiene. Según explicó, el secretario de Relaciones Exteriores, no escuchó nada porque estaba al pendiente de la salida de los “compañeros de la prensa”. ¿Al pendiente de qué? ¿Se fueran a llevar algo o qué…? Además, eso de “compañeros”… por favor, hay niveles, ¿no?
Un boletín de última hora de la oficina de la Presidencia de la República informa que la intención del Ejecutivo fue la de “pintarle caracolitos” con la mano al pinche güerejo, pero no pudo porque como recién lo había saludado tenía los dedos pegados uno con otro.
No, de que aprieta, sí aprieta.
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