Idolatría es lo que siguió en el siglo XIX, pero le faltaba a Hidalgo el rasgo que necesitaba para seguir su curso de héroe rumbo al siglo XX
El azar simbólico de la lucha política inventó muchos curas Hidalgo.
Hidalgo fue, primero, el padre de una Independencia que no logró.
Fue, luego, el precursor de la República de la Constitución de 1824, en la que estaba lejos de pensar cuando se rebeló en 1810, gritando por la monarquía de Fernando VII.
Fue después el profeta de la causa anticlerical de la Reforma, él que se había rebelado gritando: “¡Religión y fueros!”.
Luego, a la hora de la Guerra de Reforma (1857) y contra la Intervención y el Imperio (1862), Hidalgo fue reinventado como el patriota violento que necesitaba la nación (hablé de eso ayer).
Como el Cid, otro mito hispánico, Hidalgo ganó batallas que no dio en vida. Al paso del siglo XIX su nombre se hinchó, fue bautizando plazas, pueblos y estados nuevos de la República.
Triunfante la República sobre el Imperio, en 1867, Ignacio Manuel Altamirano dio con la fórmula de renovación simbólica del Cura de Dolores.
Con Altamirano, dice O’Gorman, “le llegó a Hidalgo su consagración más alta como divinidad rectora de la patria”, su condición final de “ídolo”. “Lo vimos ascender entre guirnaldas e incienso, a los altares cívicos de la advocación del Divino anciano”.
Escribió Altamirano: “Fue su mocedad entrega a la ciencia y a la belleza. Cautivó en la madurez el campo y la artesanía, y tocado de la mano del destino, ya anciano, engendró a la patria con su inmenso amor de ciudadano, legislador y mártir”.
“Solo con idolatría”, concluye Altamirano, “se paga a Hidalgo”.
Idolatría es lo que siguió en el siglo XIX, pero le faltaba a Hidalgo el rasgo que necesitaba para seguir su curso de héroe rumbo al siglo XX.
Fue el rasgo que añadió Justo Sierra, dice O’Gorman, cuando dijo, al fin del Porfiriato, que lo importante de Hidalgo era que su revolución había sido “eminentemente social”.
Termina O’Gorman: “Ya algo de eso se había dicho, pero no así, ni en momento tan preñado, como que ya estaba en puertas la revolución maderista”. Ahí quedó sellado “el germen del nuevo Hidalgo, el de nuestros días, el profético precursor del programa revolucionario”: el inspirador de la Revolución mexicana.
(Edmundo O’Gorman: “Hidalgo en la historia”, septiembre 14, 2018).