La señora presidente ha nombrado una comisión -que justamente se llama presidencial- para preparar la reforma electoral que el papá de Lopitos diseñó y la señora Sheinbaum firmará
Nunca he ocultado que me encanta la fiesta, toda. Incluyendo la llamada fiesta brava, la que hoy anda trastabillando en México, ante las embestidas de los hipócritas grupos políticos que dicen proteger la vida de los animales, con el patrocinio del cínico aparato de gobierno en la ciudad capital y otros cómplices. Pero yo soy un simple aficionado.
De la tauromaquia, el que sabe y debe hablar es Paco Tijerina, mi cuate. El puede largamente argüir sobre términos tan mágicos como abanicar, tapado, bocinero, varetazo,acularse, facado o jalado, de los que yo no tengo ni puta idea, pero que me los robé de un site que se llama Tauroarte.
Pero aún en condición casi de villamelón, entiendo perfectamente la función y el ejercicio de los ritos de descabello y puntilla: las dos más indignas suertes que resultan en la mayor del toreo, que es la muerte. Cuando el matador, que se le llama diestro aunque no lo sea, falla con la espada más de una vez en doblegar al toro -y después de avisos de la autoridad- acude al estoque de descabellar, igual que al anterior pero con una punta limitada en su largo por un tope. Debe clavar esa punta en el hueco occipital cuando el toro baje la cabeza, esto es que humille.
Si el torero falla en eso, pero el moribundo animal “dobla” sus patas y queda agonizante en la arena, entra el penúltimo actor de la historia, el puntillero o cachetero. Navaja corta en mano, la puntilla, cercena de un tajo la medula espinal, ahí donde falló el matador.
Fin de la fiesta. El últmo actor se encarga del arrastre.
Yo, al cuatrote que nos gobierna no le atribuía taurina afición cual ninguna. Todo lo contrario. Pero para marcar la historia más reciente de nuestro país, especialmente el fin de la defectuosa democracia que con lentitud y a tropiezos los mexicanos estábamos construyendo durante los últimos 40 años, el lopezobradorismo le ha dado esta semana a esa frágil democracia el descabello y la puntilla.
Torero inhábil, Lopitos diseñó dos reformas constitucionales. La judicial, que rediseñara el aparato de justicia para hacerlo una sucursal de la presidencia de la república. De esa manera, toda decisión o acto del poder Ejecutivo, sometida a los jueces de todo nivel, recibieran la bendición de los togados. Inmediatamente después, la reforma electoral, diseñada para que todos los procesos electorales tengan que pasar por la aprobación del presidente, hombre o mujer.
Para descabello del poder judicial, los inhábiles matadores del cuatrote armaron un fraude electoral que no tiene precedente en México, que de procedmientos electorales fraudulentos sabe bastante y recuerda más. El acarreo de los votantes ya no acudió a las trocas, las urnas preñadas o el ratón loco.
Sabedor que la participación ciudadana iba a ser mínima, derivada de la falacia de que “el pueblo” iba a elegir a sus jueces, el poder acudió a las guías explícitas de votación, impresas y distribuídas con metodología en todo el país. Los acordeones.
El descabello lo implementó el nuevo tribunal electoral del poder judicial de la federación, quien tenía qué calificar la legalidad de las elecciones de los jueces.
La última nota de esta sinfonía fue de acordeón: aceptando su existencia, por tres votos a dos, los itegrantes del uevo tribunal electoral del poder judicial de la federación, rechazaron invalidar la elección más espuria que yo recuerde.
Ahora viene la puntilla.
La señora presidente ha nombrado una comisión -que justamente se llama presidencial- para preparar la reforma electoral que el papá de Lopitos diseñó y la señora Sheinbaum firmará.
Siete notables, encabezados por el estalinista Pablo Gómez y con Arutro Zaldívar en el cabús, integran la comisión que dará la puntilla a las elecciones más o menos creíbles, un tren que va a avasallar con toda opinión disidente, organizada o no. Todos cobran en la nómina de Palacio Nacional; escucharán a todas las opiniones de quienes quieran tomar la voz. Pero ellos no tendrán voto; no oído.
La puntilla.
PILÓN: PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas):
Seguramente no es exclusiva característica del régimen actual, los políticos de todo el mundo son aficionados a las caretas. El lopezobradorismo no podía ser excepción. Por ejemplo, si se descarrilla el carísimo tren maya, el hecho se convierte en un “percance de vía”. La DEA manda un dron enorme a tomarnos fotos de frente y de perfil a todos los mexicanos, pero eso no lesiona la soberanía del país.
¿Por qué no quitarnos las máscaras y admitir que el gobierno mexicano está colaborando con el de los Estados Unidos para combatir el narcotráfico, y dejar de llamar a la senadora Lily Téllez porque agradece esa cooperación “traidora de la Patria”?