
Emocionalmente, la niña mala huye del amor como quien esquiva una trampa, blandiendo el sexo como espada, mintiendo a mansalva para encontrar como desanudar sus nudos empcionales sin que el pueda pararla
Travesuras de la niña mala (2006), del inolvidable Mario Vargas Llosa, fallecido en 2025, enciende el amor entre Ricardo Somocurcio y la niña mala como un relámpago que ilumina el Perú de los 50 a 80, un país en llamas por desigualdades y violencia.
La primera parte de esta serie desentraña la obsesión de los protagonistas, un eco del anhelo peruano por la estabilidad. Ahora, la niña mala brilla en el centro: su autonomía, un incendio que la impulsa a reinventarse, refleja la lucha de un pueblo por forjar su identidad. Vargas Llosa, que en 1990 soñó con liberar a Perú como candidato presidencial, volcó en ella la rebeldía de un país que desafía la opresión. Inspirada en figuras como Emma Bovary, la niña mala rechaza el amor romántico, escupiendo sobre las normas latinoamericanas que exigen el sacrificio femenino, un grito que retumba con un Perú que se niega a doblegarse.
Emocionalmente, la niña mala huye del amor como quien esquiva una trampa, blandiendo el sexo como espada, mintiendo a mansalva para encontrar como desanudar sus nudos empcionales sin que el pueda pararla. Mientras Ricardo, atrapado en su deseo, se quema en la hoguera de la conexión encarnadola como una pérdida insuperable. Esta danza ardiente refleja el Perú de los 60 y 70, donde las promesas de liberación —guerrillas inflamadas por ideales impulsados desde el otro lado del globo terráqueo— encienden esperanzas pero desatan sangre, fracturando a todo el país.
La niña mala, con su alma esquiva, encarna a quienes eligen la supervivencia sobre la entrega, como un país que desconfía de utopías tras siglos de desigualdad. Ricardo, con su nostalgia abrasadora, personifica a quienes se aferran a un Perú unificado, aunque el dolor los devore. El Perú de hoy, con su modernidad brillante y sus grietas sociales, lleva este eco, luchando por definirse en un mundo voraz.
Socialmente, la época forja sus corazones. Las migraciones del campo a la ciudad y el estruendo guerrillero crean un Perú desgarrado, buscando romper las cadenas coloniales y económicas. La niña mala, nacida en la precariedad, ve el amor como una prisión, como un país que resiste pero teme perder su esencia.
Ricardo, desde un Miraflores de sueños dorados, busca en el amor una redención, como quienes anhelan un Perú próspero sin ver sus heridas. Su relación, un torbellino de poder y desencanto, refleja un país donde los ideales revolucionarios chocan con el caos. El Perú actual, con su crecimiento y tensiones heredadas, resuena con esta lucha por una identidad libre.
Para Carol Ryff una psicóloga estadounidense reconocida por su trabajo en el campo de la psicología positiva, particularmente por desarrollar el modelo de bienestar psicológico, la autonomía puede transformarse en un faro sin guía, un propósito que no termina de anclarse, pero el rechazo de la niña mala al amor susurra un vacío, como un Perú que ansía cambio pero en sus intentos naufraga.
Vargas Llosa, con su sueño de un país unido, nos interpela: ¿es su libertad un himno de independencia o un muro de soledad? Como las calles peruanas, donde el rugido de la rebeldía se mezcla con el silencio de las heridas, la resistencia de la niña mala arde con el costo de liberarse en un país fracturado.
Continúa el lunes 28 de julio.